Opinión

Héroes

EN LAS guerras y en otras situaciones límite (como una catástrofe natural, una epidemia o un accidente masivo) retorna una y otra vez el concepto de ‘héroe’, atribuido por la opinión pública y los medios de comunicación a aquellas personas que han destacado por su entrega a los demás o por actos de valor por encima de lo habitual. Se les adjudicó a los profesionales sanitarios que contuvieron el avance del covid; ahora mismo, se aplica a los combatientes ucranios que resisten a la invasión rusa, y, de un modo especial, al presidente Zelenski, quien habiendo podido huir decidió permanecer en Kiev con todos los peligros que conlleva, y que con sus grabaciones desde allí infunde moral a la población de su país y difunde su causa internacionalmente.

El término ‘héroe’ procede de la cultura griega antigua, en cuya mitología, en un principio, aludía a un ser intermedio entre los dioses y los hombres, a menudo un semidiós (es decir, un vástago de una divinidad con algún mortal) o bien un humano elevado a un rango superior por sus méritos extraordinarios, y al que se rendía un culto propio. En general cabe decir que la condición heroica debe adquirirse o, al menos, reafirmarse a través de ciertas hazañas: se llega a ser héroe llevando a cabo acciones fuera de lo común que tienen como recompensa una gloria imperecedera. Esta concepción genera un ideal que impregna la literatura griega: se encuentra expresado, en primer lugar, en la Ilíada, en donde leemos, con referencia a Aquiles, prototipo de héroe épico, que había de ‘ser el mejor y sobresalir entre todos’, desarrollando así la excelencia o virtud (areté, en griego) que lo inmortalizaría para siempre. A Aquiles se le permite elegir entre una larga vida en la mediocridad y otra corta pero gloriosa, que es la que escoge; por eso, a pesar de ser hijo de una diosa perecerá al ser herido en su único punto débil, el célebre talón. El poema homérico condensa así la primitiva moral helénica, aristocrática o agonística: se realiza como héroe aquel que afronta la lucha con valentía, a menudo a costa de su propia vida; pero, aun muriendo físicamente, se torna inmortal por la fama de sus hechos.

En la tragedia ateniense posterior, los héroes son los protagonistas de la escena, que se individualizan frente a la masa anónima del coro; su heroicidad radica con frecuencia en la determinación de su voluntad frente a las adversidades o las convenciones sociales, como en el caso de la Antígona de Sófocles, firmemente resuelta a dar sagrada sepultura a su hermano pese a las órdenes en contra del tirano Creonte y sus consecuencias para ella. La grandeza de los héroes trágicos es su firmeza ante un destino por otra parte ineluctable.

Finalmente, la filosofía griega recogió y sublimó el ideal heroico en la ética como realización de una vida conforme a la virtud (‘arété’, entendida ahora como la excelencia moral fundada en el conocimiento), cuyo máximo exponente fue Sócrates, quien por estimular el pensamiento de sus conciudadanos fue injustamente condenado a morir y que, pudiendo escaparse, prefirió permanecer en Atenas.

Desde entonces, en cualquiera de sus acepciones, el concepto de héroe ha continuado encarnándose en múltiples figuras reales hasta llegar al presente en que no dudamos en otorgarlo a quienes, aún a riesgo de sus vidas, siguen luchando por defender a su patria y su libertad frente a un invasor mucho más poderoso.

Comentarios