Opinión

Un 8 de Marzo con responsabilidad

Artículo de la senadora del PP por Pontevedra

Así que prohibir las manifestaciones del 8M en las circunstancias actuales es una "criminalización del movimiento feminista por parte de quienes tienen una agenda reaccionaria convenientemente engrasada". Al menos eso es para la ministra de Igualdad, Irene Montero, que en estos términos recibió el instante de sensatez que alcanzó a sus socios en el Gobierno de España tras varios días dubitativos sobre la conveniencia o no de celebrar concentraciones en Madrid durante la jornada del 8M, Día Internacional de la Mujer.

El despropósito se inició con una exhibición de irresponsabilidad por parte de la ministra de Sanidad, Carolina Darias. Si inicialmente tuvo que hacer un llamamiento a la "responsabilidad" para frenar las manifestaciones y entendía que "no había lugar" para su desarrollo, no tenía más que prohibirlas. Dejar hacer solo podía interpretarse precisamente como una irresponsabilidad.

A estas alturas, cumplido un año de pandemia, mostrar reparos para la toma de determinadas decisiones, sobre todo si se está al frente de esa cartera ministerial, que debería velar por nuestra salud, tiene poco que ver con la responsabilidad que exige ese cargo. Con la firmeza y determinación apropiadas habría evitado a su Gobierno un nuevo ridículo, aunque seguramente no podría haber frenado el enésimo disparate de su homóloga en Igualdad.

En general, las personas aguantamos desde hace un año con gran resignación todo tipo de medidas restrictivas de algunos de nuestros derechos fundamentales. Por supuesto, el derecho de reunión figura entre los principales damnificados por razones obvias. A día de hoy, en la ciudad de Pontevedra, por ejemplo, está limitado a cuatro personas no convivientes.

Este parámetro resulta lógicamente poco compatible con la nifestaciones, por el motivo que sean. Es cierto que, de hecho, no están totalmente prohibidas y que se celebran ocasionalmente, dando lugar a imágenes en cierto modo chocantes, pues el mantenimiento de la obligada distancia de seguridad anula el tradicional impacto que se busca con este tipo de acciones, es decir, la foto con mucha gente, que parece ser lo único que importa.

Y la paradoja es que esa limitación les resulta entendible para las causas con menos seguimiento, pues puede permitir incluso justificar y disfrazar la indiferencia que despiertan. Pero no cuando hablamos de demandas más globales, como es la legítima reivindicación de los derechos de las mujeres y que afectan a más de la mitad de la población.

Por supuesto que en condiciones normales todas podríamos secundar la movilización, más allá de partidismos interesados, pero la situación es del todo anómala, y el ejemplo de lo ocurrido hace un año debería ser suficiente para que el sentido común imperara en el Ministerio de Igualdad, aunque solo fuera por un día, y en su entorno socialista.

No se es menos feminista si se deja la manifestación para mejor ocasión. Las mujeres, con independencia de cómo pensemos y en aras de esa igualdad a la que tenemos derecho más allá del postureo de algunas, deberíamos parar este dislate, deberíamos enviar ya un mensaje inequívoco sobre lo que implican para nosotras los desatinos de Irene Montero, que tanto salpica de machismo el cambio climático como responsabiliza al modelo masculino hegemónico del consumo femenino de alcohol o drogas. Eso sí, se olvida de trabajar para intentar frenar unas cifras de desempleo femenino inasumibles, las peores dentro de la UE, tan solo por detrás de Grecia.

Porque en realidad no se trata de feminismo, no se trata de avanzar en nuestros objetivos legítimos a través de una movilización social. Se trata de política, pero de la mala, de lograr una ventaja política a través de la imagen, de no ceder al adversario (en este caso al Partido Socialista) ni una sola fotografía. Como la madrastra de Blancanieves, Irene se pregunta ante el espejo si hay alguien más feminista que ella y la respuesta está precisamente tras la pancarta, en el punto exacto en el que hace un año el virus se coló en la manifestación.

Con Darias mirando para otro lado, con el Partido Socialista acomplejado ante su socio de gobierno, el disparate extendió días atrás su alfombra morada. Lo razonable desde el primer momento, que sería asumir lo extraordinario de la situación social y la incongruencia de recomendar a la gente que se aislara y permitir a la vez manifestaciones, conllevaría el riesgo de que a las Montero o a las Calvo se les detectara algún desliz de tintes machistas. Y por ahí ninguna quería pasar.

La única decisión prudente siempre fue prohibir (en Madrid, en Galicia o en cualquier parte) una movilización social cuya
convocatoria podría desbordarse. Hay muchas maneras de defender nuestra causa con visibilidad sin poner en riesgo nuestra salud,
sin que "nos vaya la vida en ello". Dejar hacer es una irresponsabilidad, es facilitar que la COVID gane de nuevo, no nosotras, las mujeres.