Opinión

Ella es la Tere

CON EL sol de la mañana desparramándosele por el pelo, Tere Casal echa mano del reflejo violeta que luce en el flequillo y lo desplaza hacia atrás con el mismo aplomo que Lola Flores mandaba el suyo al rincón de pensar. Hay fortaleza en ese gesto, el propio de las mujeres que no pidieron permiso para ocupar su sitio en una sociedad diseñada al gusto del hombre necio. Y también hay arte, tanto que en cualquier momento podría subirse a un columpio y arrancarse con aquello de “la loba, vaya una fama: no te calles, ¡qué más da!, pero a ver quién me lo llama con la cara levantá”. Nos ha citado en un parque infantil y, en lugar de esto último, opta por despedirse de su nieto Martín que está un poco acatarrado.

A Tere la convenció Luis Rei de volver a la política activa y ella, que empezaba a desconfiar de las virtudes del buen retiro, recogió el guante sin pensárselo demasiado. Cuenta que el núcleo local de En Marea se parece a aquel primer socialismo en el que embarcó de joven, cuando la melena todavía le cubría los hombros y su tinte favorito era el rojo caoba, “cuando Felipe González todavía era socialista”, cuando Pontevedra era una ciudad oscura donde los coches campaban a sus anchas y los parques infantiles se parecían, peligrosamente, al patio de una cárcel. Se siente partícipe del cambio y lo reivindica. La invade el orgullo al relatar los escollos salvados en aquellos primeros tiempos de humanización del espacio público. Y enseguida nos recuerda que, a su juicio, el equipo de Lores se está olvidando de las personas. Otra vez la cara de folclórica desafiante, de mujer brava, de rebelde con una buena causa… A la abuela que limpiaba los mocos del nieto unos minutos antes, dulce y aplicada, se le pone gesto de Rocío Jurado cuando le nombras al alcalde: es su Pedro Carrasco particular.

De vuelta la mano al pelo cuando salen a colación las últimas encuestas que, cocinadas o recalentadas, la dejan fuera del próximo gobierno local. Tere se espanta los malos augurios como un mechón rebelde, sin darle mayor importancia. Prefiere dejarse por guiar por su olfato de perro callejero y augura sorpresas el próximo día 26. Llega la hora de despedirse y no me atrevo a pedirle que se cante algo, así que me lo invento: “Yo no canto de dolor, yo no busco quien me quiera ni pretendo financieras que me avalen como soy”. Ella es la Tere.

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