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Odio eterno a Gómez Noya

SUPONGO QUE algunos de ustedes no estarán en absoluto de acuerdo con la siguiente afirmación pero, bajo mi modesto parecer, lo que Pontevedra necesita, al igual que el resto del mundo, es una legión de farsantes y mequetrefes sin mayor ambición que la de ser famosos y colgar fotos en Instagram mientras se cortan la uñas, pasean por la playa o se zampan un cocido en casa de la abuela de alguien pues, preferentemente, buscamos famosos que se jacten de su buena estrella sin necesidad de abuelas propias. Me estoy refiriendo al noble arte de la fama sin oficio conocido, por supuesto, al sueño de alcanzar el estrellato gracias a la participación en un reality show de televisión o a base de meterse mano en cualquier calle de Madrid con la hija yonqui de alguna folclórica, nada que ver con referentes ilustres al estilo del Dr. García Cota, Pepe Solla o César Portel , que parecen brotar en esta ciudad como si limpiásemos las calles con agua bendita y Micebrina.

Hace unas cuantas semanas cayó en mis manos una de tantas encuestas que, si les soy sincero, no dicen gran cosa pero puestas al servicio de una mente enferma y desocupada como la mía sirven, al menos, para disparar las alarmas entre aquellos lectores más propensos al desasosiego y la histeria inducida. El estudio en cuestión, encargado por la consultora Adecco, se ocupaba de medir las futuras aspiraciones laborales de los niños y niñas de este país, la clásica y habitual pregunta de "¿y tú qué quieres ser de mayor?". Mientras que la mayoría de las niñas encuestadas se decantaban por la enseñanza, la medicina y el cuidado de animales, los niños apostaban mayoritariamente por el oficio de futbolista, policía, y- atención al dato- youtubers. En resumen: mientras que las niñas sueñan con un mundo mejor, la mayoría de los niños aspiran a ser famosos o a portar armas, una de dos, y ante semejante tesitura cuesta creer que alguno de ustedes prefiera criar a un futuro Guardia Civil antes que educar a su hijo para servir a la patria desde la cómoda posición de tronista.

Sin embargo, la realidad nunca es tan sencilla como nos gustaría creer. Frente a la aspiración desnortada y pueril de nuestros pequeños, preocupados únicamente por un futuro de color rosa que permite molar y ganar dinero sin dar palo al agua, se alzan ejemplos que en nada favorecen sus futuras aptitudes como agitadores de las redes sociales, platós de televisión y portadas del papel cuché. Hablo de símbolos esforzados, de iconos del trabajo duro y diario, de vidas espartanas dedicadas a la consecución de auténticos sueños, de héroes concentrados. Hablo de personajes peligrosos que pueden convertirse en los verdaderos referentes de los hombres del mañana como nuestro campeón Javier Gómez Noya, recientemente galardonado con el Premio Princesa de Asturias del Deporte tras imponerse en la última votación a la Selección Nacional de Nueva Zelanda, los temidos y legendarios All Blacks que dominan el rugby mundial a base de intimidación, fuerza y destreza.

Para recoger el pertinente diploma e inscribir su nombre junto al de otras leyendas del deporte como Carl Lewis, Martina Navratilova, Severiano Ballesteros, Miguel Indurain o Yelena Isinbáyeba, se presentó Javier en el Teatro Campoamor de Oviedo con la sonrisa inmaculada en el rostro y un traje elegante de su talla, lo cual no me parece un detalle menor tras el esperpento de alquiler y mal ajustado que lució Pablo Iglesias en la última gala de los Premios Goya. En su discurso, lo que supone un verdadero torpedo en la línea de flotación de mi argumento inicial, el rey Felipe IV se refirió a Javier como un "modelo, símbolo de lo que se puede llegar a alcanzar cuando las sanas ambiciones se construyen con fortaleza e ilusión". ¿Corren nuestros hijos serio peligro de verse atraídos por el ejemplo cegador de tamaña figura del deporte mundial y echar a perder una vida plagada de fiestas y Me gusta en Facebook? La respuesta es sí, por supuesto que sí.

No es trigo limpio este Javier Gómez Noya, uno de los pocos españoles que recorre el camino natural de los sueños patrios pero a la inversa: en lugar de practicar el deporte nacional de desviar riquezas a Suiza, el prefirió nacer en el país helvético para después afincarse en Pontevedra y llenar de oro el deporte español, semejante es su desfachatez y vil su provocación. En un país donde el pelotazo económico forma parte de nuestra cultura y la picaresca nos define como ciudadanos ejemplares del reino, se empeña el triatleta en ponerlo todo patas arriba y presentarse como recto ejemplo para una generación entera de muchachos y muchachas que querrán parecerse a él y no a Ness, de Gran Hermano IV. Algunos se refieren a Javier como un rara avis, un bonito plumaje amparado en el atractivo intrínseco del latín para no llamar a las cosas por su nombre, para no gritar al mundo que Javier Gómez Noya es un auténtico pájaro. Mis condolencias a esa legión de padres cuyos hijos no querrán tomar el atajo de costumbre para alcanzar la meta y se empeñarán en imitar las andanzas de este hidalgo de "lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor". España se rompe y los responsables no serán, por una vez, ni los vascos, ni los catalanes, ni Venezuela: seremos nosotros, los de Pontevedra, y todo por culpa de este deportista con mayúsculas. Por eso declaro odio eterno a Javier Gómez Noya, aunque sea desde la más profunda admiración.

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