Opinión

La guerra de Torra

SI SE quedara en que hay que atacar al Estado, deduciríamos que Quim Torra profesa ideas anarquistas, pero la circunstancia de que el Estado al que hay que atacar es sólo uno, el español, y la de que sabemos, porque nos lo ha dicho, que su máxima aspiración en ésta vida es construir un Estado precisamente, otro, como si hubiera pocos, nos descabalga de esa inicial conjetura, sumiéndonos en la correspondiente preocupación.

Si el señor Torra fuera un particular, su llamamiento para atacar al Estado español, que es como él llama a España, nos preocuparía sólo por él, por Torra, tanto por la ocurrencia en sí misma como por la insuperable frustración que le reportaría el más que previsible desenlace de su acometida, pero como don Quim no es un particular, sino el máximo representante del propio Estado español en Cataluña, la preocupación no tiene más remedio que extenderse más allá, y más acá, del personaje. Que un alto dignatario de un Estado proponga, casi ordene, que hay que atacarlo, pudiera no ser interpretado, ni por sus adeptos, ni por los contrarios, como una simple majadería.

Si bien semejante declaración de guerra, de guerrita, no merece el contraataque con todo que propone la derecha española (Torra también es de derecha) por tratarse de eso, de una declaración, de la libre expresión de una idea, aunque menuda idea, sí convendría emplazar al presidente de la Generalitat a que precisara los términos, los detalles y el alcance de la misma, pues cuando se dice algo es natural que quien lo escucha desee, cuando menos, saber si lo ha escuchado bien. De momento, parece que Torra, en efecto, va pidiendo guerra, y que lo hace imbuido de la peregrina idea de que cuenta con cierto apoyo internacional, que es como él interpreta el acogimiento de que disfruta en Europa su jefe y mentor Puigdemont.

Mucho sería decir que la escalada verbal de Torra es fruto de la política de apaciguamiento emprendida por el gobierno de Sánchez en relación al secesionismo catalán, pero tampoco estaría de más releer en la Historia el capítulo de los apaciguamientos, siquiera para acertar en la graduación y en los límites convenientes a éste. Pertenece, el escasamente apaciguado, a una rara especie de anarquista ful, unicejo, que sólo odia a un Estado.

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