Opinión

Los pactos de la lejía

La sesión de control al Gobierno del miércoles deja un resultado tan previsible como descorazonador: antes se entenderían la lejía y el amoniaco que el Gobierno y la oposición. Es difícil establecer cuál de esos dos binomios es más tóxico relacionándose. 

El Instituto Nacional de Toxicología ha dado la voz de alarma por el vertiginoso aumento de las intoxicaciones domiciliarias debido al uso de la lejía en combinación con otros productos desinfectantes, con el amoniaco en particular. La necesidad de limpiar bien la casa cuando se regresa a ella del trabajo, de la compra, o de pasear al perro exhausto de tanto pasear, ha desquiciado el empleo de esos productos, a los que se empareja fatalmente en la búsqueda de una mayor desinfección. La necesidad de aunar fuerzas para torcerle el brazo a la epidemia que cada día nos deja cientos de muertes, parece desquiciar también a una clase política poco o nada inclinada a dejar a un lado sus toxicidades sectarias para enrolarse en la tarea del bien general. 

Este virus de mierda, aliado con la desatentada forma de combatirlo, nos la tiene jurada a todos. Actuando en la misma dirección, algo más haríamos 

Ignoro si el presidente del Gobierno busca con sus pactos de la Moncloa una mutualización de sus errores en la gestión de la crisis sanitaria, y de su responsabilidad en ellos, o, por el contrario, le anima la razonable, urgente y sincera disposición a solicitar todos los refuerzos posibles en horas tan dramáticas mediante unos pactos que conformarían necesariamente una suerte de Gobierno de concentración light. Pero lo que no ignoro, porque ha quedado impreso en el fantasmal hemiciclo del Congreso, es que la lejía y el amoniaco son más capaces de crear un producto eficaz e inocuo, que Pedro Sánchez y Pablo Casado de concertarse para salvar a nuestros mayores del morbo que los diezma y para urdir fórmulas acordadas para las reconstrucciones de la posguerra. 

Los neopactos esos de la Moncloa se van a quedar en lo que anuncian sus potenciales agentes, en el pacto imposible entre la lejía y el amoniaco. Así, unos y otros pierden, y con ellos perdemos todos, pues este virus de mierda, aliado con la desatentada forma de combatirlo, nos la tiene jurada a todos. Siendo más actuando en la misma dirección, algo más haríamos, y ese algo más se traduciría en la salvación de vidas humanas. Extraña gente esa, en cuyas cabezas ese sencillo razonamiento no termina de cuajar.

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