Opinión

Peregrina. Gigantes, vecinos y turistas

Se inicia la Semana Grande de las Fiestas de La Peregrina entre la emoción de la celebración colectiva y el reconocimiento de la fortuna de vivir en el mejor lugar del mundo
Lleno absoluto en la Plaza de la Peregrina durante la ofrenda floral a la Virgen en 1980. ARCHIVO
photo_camera Lleno absoluto en la Plaza de la Peregrina durante la ofrenda floral a la Virgen en 1980. ARCHIVO

Arrancan las Fiestas de La Peregrina, nada de Peregrinas, delirio poligonero que tanto daño hace a los oídos y al alma de una ciudad que solo tiene una Virgen Peregrina. Así que, fijados los marcos, dediquémonos a vivir esta semana como la gran celebración festiva de la ciudad más bonita del mundo, que por eso es la nuestra. Días de diversión por sus calles y plazas llenas de músicas, cañas y camelias que, alborotadas, se suman a una celebración que tiene como magnífica pregonera a nuestra reina de las camelias, Carmen Salinero. Una mujer, brillante y apasionada científica, con la que se ha acertado plenamente para que desde Mugartegui se dé la salida oficial a la juerga y a algo más, como alimentar los vínculos de todos nosotros con Pontevedra, con esta ciudad que tantos están descubriendo con sus pies al aire y comiendo pulpo y pimientos de Padrón en la calle Figueroa, como si el mundo se fuera a acabar mañana. Y hacen bien, porque visto lo visto, quién sabe.

Semana de tregua para nuestros políticos que, a su remate, tardarán menos de 24 horas en decir, unos que han sido las mejores fiestas de la historia y otros que todo ha sido un desastre, que las miles de personas que hubo por las calles se lo pasaron fatal y que todo mal (perdón, la oposición municipal, preventiva y visionaria, ya lo ha hecho incluso antes de que empiecen, ¡Ea!). En fin, bienvenida sea la tregua, que debería ser el estado natural de todos ellos como manera de sumar energías, evitando la trampa de las siglas para que esta ciudad siga siendo la envidia de otras.

Tantos años haciendo siempre lo mismo, siendo todo diferente

Mañana saldrán a la calle los gigantes y cabezudos, ancestral rito que se ancla en el interior de todos nosotros en complicidad irrenunciable con Pontevedra. Desde niños llevamos acompañando a esos personajes que de pequeños nos asustaban o divertían, y que de mayores se convierten en la emoción de tantos años haciendo siempre lo mismo, siendo todo diferente. Los años todo lo embadurnan, con sus ausencias y sus llegadas, con sus miserias y con sus esperanzas. Las fotografías en blanco y negro ahora son fotografías en color, o peor aún, pantallazos en nuestros móviles que recogen un instante que, como tantos otros del pasado, pasan a formar parte de nuestras vidas, como nos recordará Facebook un año tras otro. En todas esas imágenes, como marco ideal, las piedras de una Pontevedra que, tanto bañadas por el sol como envueltas en las brumas de estos últimos días, conservan esa presencia de quienes la poblaron antes que nosotros. Personas anónimas, otras más conocidas, ahí tienen a nuestros turistas echándole la mano al cuello a Valle-Inclán, como si lo conocieran de toda la vida, como si tuviesen con él la intimidad necesaria que les otorga haber leído toda su obra. Peor lo tienen los devotos de Torrente Ballester que no tiene estatua que honre su estancia e inspiración pontevedresa (el sí que nos supo envolver en nieblas) ni a la que poder abrazarse nuestros visitantes. Luces y sombras. Claroscuros que lo hacen todo más sorprendente y, en ocasiones, esperpéntico, que no se diga que no somos valleinclanescos.

Su única obligación será la de divertirse las 24 horas del día, olvidar los cataclismos que tantos agonías les anuncian para después del verano y convertir cada minuto de las fiestas en un canto a la vida, y para ello usen todos los hielos que necesiten. Decidan lo que decidan hacer, ir a conciertos, a los toros, al Baile del Casino, a procesiones, a las terrazas, a las atracciones... sean conscientes de donde se encuentran, una ciudad orgullosa de su pasado y con un futuro todavía por alimentar, y para ello no solo las grandes gestas le darán lustre, sino que desde lo más cotidiano, desde lo que supone disfrutar de los días grandes de La Peregrina en compañía de vecinos, amigos y familiares, es como mejor se conquista un futuro en común.

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