Opinión

Lobos y corderos

MIENTRAS NOSOTROS seguimos pendientes del postureo en el que se han instalado nuestros representantes electos, en el mundo siguen pasando cosas realmente feas. Al mismo tiempo que es motivo de sesudos análisis en algunas tertulias el rato que ha pasado al teléfono el señor Sánchez con Rajoy o con Pablo Iglesias, porque con uno sólo charló diez minutos y con el otro casi media hora, en nuestro entorno, mucho más cerca de lo que parece, se están produciendo acontecimientos inquietantes. La posibilidad de unas terceras elecciones parece cada día más próxima y la estulticia colectiva en la que vivimos instalados, quizás también por la falta de novedades que sean realmente noticia y no cotilleos cutres, hace que en determinados cenáculos se analice con detenimiento el más mínimo gesto de los responsables de este guirigay, un teatrillo absurdo e insensato que nos tiene sumidos a casi todos en el hartazgo y en hastío. Con la atención centrada en las pequeñas y aburridas miserias de nuestra política patria, puede que se nos haya olvidado mirar, aunque sea de soslayo, hacia lo que está sucediendo en el llamado primer mundo. Los malos siguen ganando. Los lobos amenazan a los corderos mientras los pastores silban al viento una melodía de indiferencia. 

Ha transcurrido un año desde que la imagen de un niño de tres años, ahogado, tumbado boca abajo y con el rostro medio hundido en la arena de una playa de Turquía, zarandeó la conciencia de la vieja Europa ante el drama de los refugiados. Aylan era muy pequeño, muy parecido a nuestros propios hijos, a cualquiera de los niños que juega por las tardes en el Parque de Rosalía. Su desgracia provocó entonces un aluvión de reacciones y sentimientos de solidaridad. Han pasado doce meses y los refugiados siguen llenando de tumbas anónimas el cementerio de agua en el que se ha convertido el Mediterráneo. Otros, los que han conseguido llegar a la tierra prometida, ven como su vida se pudre, hacinados en campamentos como la "‘jungla"’ de Calais. De las miles de personas que iba a acoger nuestro país, sólo unas cuantas decenas han llegado a España. Curiosamente, las primeras que aterrizaron en Galicia fueron recibidas en Sarria gracias al trabajo de la Cruz Roja local. 

Los malos se apoyan en el miedo para partir el mundo en dos partes enfrentadas

Los malos siguen ganando. Los brutales atentados en varios países vecinos están provocando un estado de opinión contrario a la acogida. También se perciben síntomas realmente desalentadores para la convivencia. El miedo es enemigo de la razón. Los que lo provocan lo saben bien. Buscan un choque de culturas con la religión como pretexto. Provocar el caos para alimentarse de sus cenizas. Poco a poco parece que lo van consiguiendo. La extrema derecha alemana se ha impuesto en las últimas elecciones en el feudo electoral de la canciller Merkel. El Frente Nacional de la familia Le Pen sigue avanzando en Francia. Los británicos se marchan de la Unión Europea y regresan a ese país, viejo ejemplo de multiculturalidad, los ataques racistas. Incluso un personaje tan deplorable como Donald Trump mantiene sus opciones de gobernar el país más poderoso del mundo. Con un mensaje xenófobo y un concepto racista de la seguridad ha ido acercándose en las encuestas a su rival. 

Es el miedo el que alimenta las sospechas y el rechazo a los diferentes. Lo mejor, para evitar riesgos, es no dejarlos entrar, no mezclarse con ellos, decía el otro día un hombre en la barra de un bar de Lugo. Ya son muchos los que piensan como él. Aunque las bombas sigan cayendo sobre Siria y los yihadistas perdiendo posiciones, creo que en el fondo están consiguiendo lo que realmente quieren. Están creando una brecha cada vez más profunda para partir el mundo en dos mitades. Lo decía el Papa, "hay guerra por intereses, hay guerra por el dinero, hay guerra por los recursos de la naturaleza, hay guerra por el dominio de los pueblos. Esa es la guerra", no "una guerra de religiones". 

Con el estado de opinión que han ido generado los atentados perpetrados en los últimos meses, la gente se siente insegura. Escucha los cantos de sirena de aquellos que prometen blindar su bienestar con jaulas de cristal. Hablan de expulsar a los extranjeros, de levantar muros y de reforzar lo propio, porque es mejor que lo que lo ofrecen los demás. Son mensajes ya conocidos. La humanidad ya padeció sus consecuencias. No hace demasiado tiempo, pero la memoria es demasiado frágil. 

La culpa, insisto, es del miedo. Es una sensación que nubla la vista y comprime los buenos sentimientos. Atenaza a personas y sociedades. Ante las amenazas, hay quien piensa que para hacer frente a los lobos es necesaria la protección de otra manada, aparentemente domesticada. No se dan cuenta, quizás por sus circunstancias, de que no se puede domar a una alimaña. De un modo u otro, acabará por devorar a los corderos que decía proteger. Ya pasó antes. Puede que me equivoque, ojalá, pero creo que los malos siguen ganando.

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