Opinión

Cambio climático, escasez y colapso

La descarbonización de la industria cuesta dinero y las empresas no están por la labor de gastar dinero en evitar la contaminación atmosférica ni medioambiental

HACE TIEMPO que venimos insistiendo en la necesidad del decrecimiento, de parar el consumo compulsivo y el crecimiento continuo, la obsolescencia programada y la cultura de usar y tirar.

Se han hecho múltiples advertencias técnicas y científicas sobre las desastrosas consecuencias del modelo impuesto por el neocapitalismo salvaje que incluso se condenaba a su propia extinción.

La contaminación ambiental, la destrucción de la capa de ozono, el cambio climático y todo eso ya suena viejo, pero como lo único que importaba eran los beneficios económicos y la máxima especulación financiera posible, incluyendo en el lote la especulación con la producción y distribución alimentos y el agua del planeta, no se hizo nada para detenerlo. Lo único que contaba era maximizar la producción global al mínimo coste y no se frenó ninguno de los aspectos nocivos que nos llevaron a la situación actual.

La amenaza del cambio climático se veía como algo muy lejano y por tanto, pese a los diversos Foros en los que se abordó pocos países se comprometieron siquiera formalmente y menos aún fueron los que cumplieron con lo pactado. Y así llegan las grandes potencias a la COP26 sin haber cumplido con sus compromisos y, en lugar de haber reducido la huella de carbono, han aumentado en un 4% los niveles de CO2 en el año 2021.

Este es el resultado que los países más industrializados, el G20, presenta en la Cumbre del Clima en Glasgow. Se tome la fuente que se quiera tomar, esos son los resultados pese a la pandemia y al parón económico; incluso países como China, Indonesia, India y Argentina superan actualmente los valores previos a la pandemia. El índice de Climate Transparency responsabiliza a estos países de ser los responsables del 75% de las emisiones contaminantes globales.

A la alerta de la ONU sobre la concentración cada vez mayor de partículas de CO2, con los riesgos que ello implica para salud, se suma el informe de la Organización Mundial de Meteorología en el que se documenta esta semana un nuevo record con 413,2 partes por millón de dióxido de carbono en el aire.

Pese a que 196 países firmaran el compromiso de descarbonización de sus economías en 2016, los incumplimientos para llevarlos a cabo y los datos que ahora se constatan que con los planes que hay a día de hoy la temperatura del planeta subirá 2,7ºC en lugar de bajar 1,5ºC como estaba previsto. Pero no es extraño porque de los Acuerdos de París firmados por los 196 países, 53 ni siquiera han presentado plan alguno para reducir las emisiones contaminantes a la atmósfera.

La descarbonización de la industria cuesta dinero y las empresas no están por la labor de gastar dinero en evitar la contaminación atmosférica ni medioambiental. También las tierras y las aguas están siendo masivamente contaminadas con productos químicos y de desecho de la industria, la ganadería intensiva, la minería extractiva y el fracking, entre otras; pero en lugar de invertir en evitarlo los países del G20 destinaron entre 2018 y 2019 más de 50.000 millones de dólares en la financiación de proyectos para combustibles fósiles. Y lo más penoso es que los proyectos más contaminantes, no solo cuentan con inversiones privadas sino que incluso gozan de subvenciones públicas.

Ahora se habla de energía verde y energía limpia, pero como tantas otras mentiras tienen las patas cortas y se está demostrando que ni la energía eólica, ni la solar, ni las pilas para el almacenamiento de su producción pueden prescindir de una parte de energía fósil, tan perniciosa para el calentamiento global. También sabemos de la escasez de determinados materiales en el planeta, entre los que están muchos imprescindibles para la fabricación de chips y elementos necesarios para la digitalización y la robótica, pondrá en jaque a la industria 4.0 y al dichoso 5G, tanto por esa razón como por su altísimo consumo de energía eléctrica. Si hasta ahora se atendió más a otras razones que al cambio climático, la actual emergencia climática está haciendo que incluso económicamente resulte más cara la no intervención para detenerlo que la inversión imprescindible para paliarlo.

Según datos del Banco Central Europeo, si no se actúa sobre el cambio climático, en 2050 el PIB europeo descenderá un 4,6% y si esa actuación se hace tarde, supondrá una bajada del 3,7%. La misma fuente estima que la exposición financiera al cambio climático tendrá un impacto del 64% en España, ocupando el 4º lugar en la exposición europea.

Pero no olvidemos los costes inmediatos que la emergencia climática está teniendo y cuyos efectos son dramáticos y complejos. No en vano el Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, advirtió en la cumbre del clima de que estamos cavando nuestra propia tumba e insta a reducir al menos en un 45% las emisiones de CO2 para 2030, aunque para muchos científicos ya sería poco y tarde.

Por lo que se ve en esa cumbre está habiendo pocos compromisos e ineficaces por tardíos. Úrsula von der Leyen pide que se graven las emisiones de CO2, pero Guterres señala que nuestra adicción a los combustibles fósiles está llevando a la humanidad al límite y Boris Johnson reconoce que "si fracasamos, nuestros hijos no nos perdonarán. Nos juzgarán con amargura y tendrán razón".

Pensando solo en el beneficio económico no se prestó atención al cambio climático y se olvidó que produce grandes daños económicos, arruina flora y fauna, provoca escasez de alimentos y hambruna en zonas arruinadas unas veces por las inundaciones y en otras por falta de agua; determinados alimentos ya no se pueden producir en lugares habituales porque no resisten las temperaturas. Y a este paso, el día que se contabilicen las pérdidas económicas, las personas que fallecen por enfermedades causadas por la contaminación y las que fallecerán por el hambre, serán temerarias. Y si no, que se lo pregunten a agricultores chinos, (cuya escasez de productos agrícolas tiene más que ver con los fenómenos climáticos que con la pandemia), o a los españoles de Campo de Criptana, por ejemplo, con cosechas arruinadas y terrenos inservibles por la inundación o la sequía; incluso el problema denunciado por la AGAFAC de Galicia con respecto al abastecimiento de piensos para la ganadería. Clima, materias primas, energía, precios que suben, todo interrelacionado genera un círculo demoledor.

No haber iniciado un decrecimiento sensato y programado, tal como recomendaban los expertos ya por los años 70, nos lo está imponiendo el planeta con la escasez y el colapso que amenaza incluso con el desabastecimiento de alimentos.

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