Opinión

Crisis energética versus alimentaria

HACE MUCHO tiempo que los científicos nos vienen advirtiendo de que las cosas son bastante peores de lo que reflejan los informes oficiales pero que algunos gobiernos maquillan las conclusiones. También insisten en que no se puede hacer una transición ecológica continuista, intentando sustituir la energía fósil por una energía renovable eléctrica, porque ni se programó una transformación progresiva y llevada a cabo con tiempo y cautela, ni se administraron los recursos finitos con una programación decrecentista y racional que permitiera llevarla a cabo de forma suave y eficiente.

Ahora nos falta todo: preparación, tiempo y recursos. Dice el filósofo y ecologista Jorge Riechmann que "estamos en el siglo de la gran prueba". Ahora ya no hay escapatoria. El cambio climático arrecia con fuerza y provoca graves daños materiales que afectan a nuestra vida, tanto en la economía como en la propia vida física, ya sea por las muertes directas que provocan los incendios, huracanes e inundaciones y olas de frío o calor, como por la ruina de cosechas y desertización cada vez de más extensión del planeta y la hambruna que la secundará.

Juan Bordera habla del "otoño de la civilización" y lo explica como la última etapa de la vida, refiriéndose a que venimos de la abundancia de todo y del crecimiento continuo y descontrolado a un nuevo escenario en el que ya empiezan a imponerse las limitaciones naturales por agotamiento de los recursos y, por otra parte, las limitaciones a su uso por los efectos sobre el cambio climático. Estamos en el punto crítico en el que, si no aceptamos las limitaciones físicas y medioambientales del planeta y nos adaptamos rápidamente al nuevo escenario, podríamos colapsar como ya lo hicieron otras civilizaciones.

Para los expertos, que ya advertían a finales de los 70 de la limitación de los recursos y la necesidad del decrecimiento de la producción y el consumo, o el sistema capitalista colapsaría, el momento álgido de máximo esplendor de recursos sería la década de los 60, y el punto en el que se comprobó que el sistema no resistiría lo señalan en el 2008. En esa fecha confluyeron la crisis financiera de las hipotecas subprime y el pico de producción del petróleo.

Pese a que la ONU y los científicos nos insistieron en que se estaban llevando a cabo unas prácticas insostenibles, los gobiernos y el paradigma capitalista insistían en que se trataba de fenómenos aislados y continuaron con la ceguera, sin admitir que todo estaba vinculado y avocaba al colapso.

La tormenta perfecta vino a desencadenarse en el año 2020, con la pandemia de la covid-19, la escasez de materias primas y el precio del petróleo y el gas disparados y los fenómenos atmosféricos adversos debidos al cambio climático. Las noticias de esta semana indicaban que el último desprendimiento de hielo del casquete polar antártico supondrá una aceleración del deshielo que puede conllevar la subida del nivel del mar, ya no solo unos centímetros sino medio metro que, sumado a la intervención humana en las costas, provocará que en 10 años veamos desaparecer un tercio de las actuales playas.

Por último, el acelerón final viene provocado por toda la cohorte de efectos secundarios asociados a la guerra en Ucrania y las sanciones económicas impuestas a Rusia, a propuesta de los EE UU y secundadas por la U E.

La crisis energética en Europa en este momento es espeluznante porque depende de Rusia para abastecerse de petróleo; el 45% del gas y el 30% del petróleo que consumimos son procedentes de Rusia, pero también hierro, aluminio, titanio, paladio y potasa. Además, no olvidemos que Rusia y Ucrania son el granero de Europa. Si la guerra impide la siembra, no habrá cosecha.

Si nos preguntamos a dónde nos va a llevar todo esto, debemos tener en cuenta que el colapso es un proceso al que estamos avanzando bastante rápido porque ahora confluyen una serie de circunstancias que lo precipitan, ya dio ciertos síntomas en la crisis del petróleo de 1973 y posteriormente durante la guerra de Irán e Irak, pero aún así, siguieron desoyéndose las advertencias del Club de Roma y no se impusieron los necesarios límites al crecimiento. Tampoco la crisis de 2008 puso freno al desenfreno del crecimiento y el neocapitalismo global, pese a que ya era el fin de la abundancia.

De las advertencias que nos están haciendo expertos de la talla de Xoán Doldán, Antonio Turiel o Jorge Reichmann, lo que podemos esperar es que el petróleo que se produzca en 2025 será como mucho el 50% de la cantidad actual y además escasea el que puede transformarse en diesel. El petróleo de enquisto no sirve para obtener diesel, (razón por la que EE UU gran parte de su consumo lo importaba de Rusia, incluso en el mes de febrero supuso el 22% de su consumo de diesel).

Se teme que a mediados de la próxima semana nos encontremos con el racionamiento de diesel en Europa y los alimentos, si continúan las actuales circunstancias, podrían llegar a triplicar su precio. De hecho, ya se contempla imponer la limitación de la compra para evitar el desabastecimiento de alimentos y se insta a dejar de imponer sanciones a lo loco, porque de esas aguas vienen estos lodos.

El futuro pinta complicado y si no se cambia de paradigma iríamos camino de la extinción como especie, debido a la gravedad del cambio climático y a la hambruna que la confluencia de circunstancias amenaza con provocar, porque la energía no es solamente electricidad, ni se necesita únicamente para el transporte de mercancía y personas, también es imprescindible para el cultivo y conservación de alimentos y para la fabricación de muchos de los productos que utilizamos a diario.

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