Opinión

La deslocalización de las guerras

MUCHO ANTES de que comenzara la deslocalización de las empresas hacia países del llamado tercer mundo, comenzó la deslocalización de las guerras y aunque parezca que son dos asuntos independientes, ambas están basadas en intereses económicos.

La deslocalización de las empresas es un fenómeno que todos conocemos porque la globalización gestó su impulso a un ritmo vertiginoso, de tal modo que casi nadie era consciente de los efectos que dicha política empresarial supondría para los ciudadanos que, por obra y gracia de sus Gobiernos y gracias a la presión de los lobbies y sus jugosos cabildeos para comprar voluntades políticas, gestaran legalmente sus planes, incluso sufragamos las subvenciones para facilitar la deslocalización de las empresas del país de origen hacia otros cuyos trabajadores realizarían la producción a costes irrisorios con salarios de miseria, sin ningún tipo de derecho laboral, sindical o medida que alguna que protegiera su salud.

Conviene no olvidar que hubo casos en que los trabajadores en esos países eran secuestrados y retenidos en naves cerradas contra su voluntad, dónde vivían hacinados en condiciones deplorables y sus horarios de trabajo carecían de límite. De estos casos apenas se habló, salvo cuando algunas de esas instalaciones de derrumbaron sobre ellos o se produjeron incendios en los que murieron miles abrasados vivos porque estaban encerrados y no pudieron escapar del fuego. India y China se llevan la palma de estos ejemplos y las cifras publicadas sobre el número de trabajadores esclavos que se habían descubierto en China alcanzaban las 30.000 personas; de ésto no hace tanto tiempo. Entre esos trabajadores reclutados y retenidos a la fuerza había discapacitados y personas secuestradas de las aldeas.

Cómo es lógico, esas políticas han supuesto pingues beneficios para los empresarios que continuaban vendiendo la producción en los países de origen al mismo precio que si se la obtuvieran in situ y con salarios decentes. Sin embargo, esos beneficios no repercutían en ninguno de los dos países implicados, sino que iban a parar generalmente a paraísos fiscales o a inversiones financieras de tipo especulativo, por no hablar de la descarada evasión de impuestos tan de moda.

Paralelamente a estas deslocalizaciones, se subvencionó también el fomento de la exportación. Esta era una necesidad previsible para las empresas porque al cerrar la producción en los países de origen, cundió el paro, se amenazó con la crisis y la cantinela de que si no se reducían salarios y eliminaban derechos, habría más paro y claro: pérdida de poder adquisitivo de la población en el país de origen y dificultades para seguir obteniendo los mismos beneficios empresariales si no se lograban otros mercados para su producción.

Vamos, que al final, esa maravillosa globalización que nos vendieron como el desarrollo global y la mejora en la vida de aquellas personas que vivían en los países del llamado tercer mundo, con lo que todos tendríamos más derechos y mejor vida, está mostrando su verdadera cara que no es otra que el crecimiento mundial de la desigualdad y la pobreza.

Esa cara de desigualdad y pobreza se está dando en nuestro país, dónde ahora tenemos niños españoles con desnutrición, que viven en familias que están por debajo del umbral de la pobreza, desahucios a diario por falta de recursos para conservar el hogar o, en el plano laboral, los abusos, explotación y miseria de los temporeros que trabajan en el campo.

En este mes de agosto, María F. Sánchez hacía pública la denuncia de que los trabajadores “viven hacinados en naves industriales” o en el campo en alojamientos improvisados. En este sentido, Ciudad Real se está convirtiendo en la punta de lanza de “las condiciones infrahumanas” en las que viven los temporeros que vienen a trabajar a España. Pero si hacemos un repaso por los trabajadores españoles nativos, también saltan chispas; no hay más que ver las condiciones de trabajo en el sector de hostelería, o el gran escándalo de los falsos autónomos, por mencionar algunas situaciones.

Puesto que comenzábamos hablando de las guerras deslocalizadas y su relación con las políticas económicas, justo es que lo cerremos con una breve referencia al caso. Y como siempre, detrás está el imperio de los EE UU. consiguiendo promover guerras fuera de su territorio, que se libran con ejércitos ajenos y cuyo comienzo desencadenan agentes desestabilizadores externos, infiltrados tras recibir formación y financiación de EE UU y, en algún caso, de algún país aliado. Esas guerras se desarrollan dónde EE UU tiene intereses económicos o geoestratégicos. Con ellas, demás del negocio de la venta de armamento, consigue el debilitamiento de posibles rivales económicos o incluso geopolíticos, lo que le permite mantener su posición de privilegio para imponer vetos y bloqueos económicos que solo a ellos benefician, a la vez que impiden el desarrollo y fortalecimiento de otras alianzas que pudieran hacerle sombra, algo que parece que comienza a descubrir ahora la UE.

Si de lo expuesto el reflejo lo tenemos en la zona del Mediterráneo y los intentos del control asiático, en África las guerras las montaron en los países dónde comenzaban a cobrar cierto auge los movimientos sindicales y las corporaciones estadounidenses tenían intereses en sus recursos naturales y, por lo tanto, en el control de su sistema político y en el freno al poder de la clase trabajadora.

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