Opinión

La economía colaborativa

EL TÉRMINO fue acuñado por primera vez  en 2007 y el concepto comenzó a popularizarse en 2010. En España se dio a conocer entre 2012 y 2013. Es un modelo de consumo muy dinámico y está cambiando la cultura y la economía, considerado por algunos como una de las diez grandes ideas que cambiarán el mundo.

El consumo colaborativo o economía colaborativa se define como una interacción entre dos o más sujetos, a través de medios de comunicación digitalizados o no, que satisface una necesidad real o potencial, a una o más personas. Permite el acceso a bienes y servicios sin ser necesariamente propietario de los mismos.

Está basado en el marco de plataformas digitales dónde los usuarios pueden interactuar seleccionando un rol en función del que van a actuar en ella y que puede ser el de vendedor, comprador, productor o varios a la vez. Es un sistema abierto y con un sistema de evaluación entre usuarios que le da credibilidad y reputación o todo lo contrario, si el funcionamiento no es satisfactorio. El valor de la plataforma dependerá del número de usuarios; cuantos más tenga, mayores serán las posibilidades de elección de servicio y más contrastada estará su credibilidad, circunstancias que aumentarán sus posibilidades de desarrollo.

El transporte de viajeros, los alojamientos turísticos y, recientemente el mercado inmobiliario, son algunos de los ámbitos en los que opera este sistema. También se considera la posibilidad de compartir herramientas, conocimientos, facilitar prestamos de igual a igual entre particulares, permutas, bancos de tiempo, servicios profesionales y un sinfín de posibilidades más.

En España comenzó por el sector turístico, revolucionó el transporte de viajeros y recientemente, está operando en el mercado inmobiliario.

El MIT estima las posibilidades del sistema colaborativo en un volumen de consumo de 110.000 millones de dólares, con un beneficio de 3.500 millones, según la revista Forbes.

La Unión Europea pretendió regularlo el consumo colaborativo en 2014 y redactó un dictamen que lo valoraba de la siguiente forma: «El consumo colaborativo representa la complementación ventajosa desde el punto de vista innovador, económico y ecológico de la economía de la producción por la economía del consumo. Además supone una solución a la crisis económica y financiera en la medida que posibilita el intercambio en caso de necesidad». Se pensaba en la eficiencia que este sistema ofrecería frente a la ineficacia en el uso de bienes, servicios y alimentos, contribuyendo a disminuir la contaminación y a erradicar el hambre en el planeta.

Pero también reciben críticas y ha dado lugar a conflictos que terminaron, en algún caso, en la vía judicial. Tal fue el caso de la huelga de taxistas y el cierre de Uber en España por sentencia del Juzgado nº 2 de lo Mercantil de Madrid. En 2014 en Europa se acusó de intrusismo a Uber y a Blablacar y en EEUU, Airbnb, cuyo mercado en España cuenta con 57.000 propiedades en alquiler, también fue objeto de polémicas. Hay cierto vacío legal en cuanto a cobertura de seguros y responsabilidad legal y lo mismo ocurre con las contribuciones impositivas.

Muchas inquietudes e intereses se mueven en torno a la economía colaborativa, tanto de consumo como de producción. Las firmas de capital-riesgo han invertido más de 2 billones de dólares en más de 500 empresas de economía colaborativa desde 2012.

También las grandes corporaciones industriales han entrado en la producción colaborativa y lo hacen por dos tipos de motivos: la gestión de la reputación corporativa y el hallazgo de un nicho de gestión productiva para grandes corporaciones que no es otro que la subcontratación externa multitudinaria.

La sustitución de empleados internos por individuos subcontratados conlleva un futuro dónde los trabajadores autónomos ofrecen su talento y servicios en las plataformas de producción para ser contratados por las organizaciones. De este modo las organizaciones eliminan capas improductivas y acceden a los mejores profesionales de cualquier parte del mundo. Lo que no queda alterado por el consumo colaborativo es el para digma mercantilista. La propiedad y explotación de muchas plataformas colaborativas por parte de grandes corporaciones para ampliar su modelo de negocio, hace que como nuevos intermediarios recojan parte del margen que percibían las empresas tradicionales por la producción y distribución, convirtiéndose en negocios altamente lucrativos, gracias a la inexistencia y/o fragmentación de las regulaciones estatales.

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