Opinión

La escasez que propicia la hambruna

Nos estamos enfrentando a una escasez de energía abundante y barata, también de ciertos materiales críticos, porque estamos en un planeta finito en el que campa a sus anchas un consumismo insaciable y un despilfarro infinito.

También nos vemos afectados por graves sequías y la escasez de agua dulce; pero aún así, la más grave de las escaseces es el sentido común.

Para empezar, nos enfrentamos a las mentes psicópatas que solo tienen por objetivo el dinero y el poder, (este último es el objeto de deseo cuando el avaro ya no sabe qué hacer con su riqueza). El poder insano que alcanzan les ciega de tal modo que conducirá a la autodestrucción de la vida en el planeta.

Estamos ante una crisis climática que provoca cada vez más fenómenos climatológicos que difuminan las cuatro estaciones, provocan inundaciones, tifones y huracanes de intensidad inaudita y en lugares que no eran habituales, incendios inextinguibles, sequía y desertización de zonas que eran fértiles. Todo esto ya produjo ingentes pérdidas económicas, de biodiversidad y también de vidas humanas.

Aunque no se hable de las cifras de desplazamientos forzados por el cambio climático su número es ingente, como lo es el de muertes causadas por el fenómeno que les obliga a desplazarse y al que hay que sumar el de fallecimientos que van regando las rutas migratorias de personas forzadas por las circunstancias.

Los fenómenos meteorológicos anómalos dejan tras de sí la destrucción del medio de vida de muchas personas, la imposibilidad de los cultivos de temporada, la desertización de grandes extensiones de terreno y terribles hambrunas.

Llevamos muchos años conociendo los efectos de estos fenómenos; todos hemos visto reportajes de animales muertos desparramados en terrenos que se habían desertizado con la sequía y personas desnutridas que arrastraban sus cuerpos huyendo de la hambruna. Los inmigrantes sin papeles no arrecian a nuestras puertas por casualidad; muchos de ellos han quedado por el camino desde su lugar de origen hacia el destino soñado, hacia los reinos de la abundancia.

Pero esos países soñados, que tampoco se puede decir que los acogen con los brazos abiertos precisamente, son los mayores responsables de la crisis climática que provoca los fenómenos que les obligan a emigrar huyendo del hambre y la muerte, las inundaciones, el fuego y la desertización.

El 10% de la población mundial provoca más del 50% de la contaminación de efecto invernadero y calentamiento global. Ese 10%, que también acumula el 76% de la riqueza mundial, está ubicado en los llamados "países desarrollados" y han sido los causantes del expolio de la riqueza de los "subdesarrollados". Países de los que ahora emigra una población hambrienta que no solo huye de los efectos del cambio climático; huye de las guerras que arrasan muchos de sus países, guerras que no son ajenas al expolio e intereses de los poderosos, las grandes corporaciones económicas de los "países desarrollados" y los intereses geoestratégicos de las grandes potencias.

Tampoco hay que olvidar el peso de la financiarización de la economía a la hora de analizar los desplazamientos migratorios forzados. Cuando la Bolsa entró en crisis, las grandes corporaciones comenzaron a comerciar con la cotización del agua y los alimentos en la Bolsa. Esta práctica obligó al desplazamiento de grandes masas de población sobre todo en África y en menor medida en otros países, porque sus gobiernos cedieron la explotación de sus tierras a corporaciones extranjeras a precios simbólicos y con la condición de dedicar esos alimentos a la exportación.

En África, la realidad demostró que dichos contratos obligaron a desplazamientos de la población autóctona, dejándola sin espacio para la explotación agrícola y ganadera e incumpliendo el compromiso de facilitar a los trabajadores de la zona el cupo de alimentos estipulado para su consumo familiar.

Los monocultivos intensivos en tierras africanas y también en otras zonas, sobre todo latinoamericanas, provocan contaminación de los suelos y los acuíferos por el uso de herbicidas, fertilizantes y pesticidas, dejando en muy poco tiempo las tierras inservibles para el cultivo por agotamiento. A estas prácticas hay que añadir los efectos del cultivo de transgénicos y la pérdida de variedades autóctonas.

El rápido agotamiento de la productividad de las tierras por dicha forma de cultivo conduce a nueva deforestación de la selva y la quema de vegetación para los nuevos cultivos y ganadería intensiva, cuya práctica es cada vez más feroz. De nuevo estamos ante grandes contribuidores al agravamiento de la crisis climática: deforestación y contaminación; pero también ante la pérdida de biodiversidad y, la especulación con los precios de los alimentos por parte de las grandes multinacionales, son factores que contribuyen a la escasez y la hambruna.

Escasez y hambruna van de la mano. La escasez de energía incide en la alimentación a la que no solo encarece sino que dificulta la agricultura por la falta de fertilizantes y, cuando falla la agricultura también afecta a la ganadería, ambas forman parte de la alimentación humana.

Son muchas las cosas que tenemos que cambiar radicalmente. Las cifras del último estudio publicado en 2021 confirmaron que una de cada diez personas en el mundo padecía desnutrición; esto es impresentable cuando más del 17% de los alimentos producidos acaban en la basura.

Los científicos nos están advirtiendo con insistencia de como la ceguera del sistema actual nos conduce directamente a la autodestrucción pero los dirigentes están a otra cosa. Por lo que se ve, a la guerra.

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