Opinión

Las chef primigenias

POR mucho que se quiera solapar la importancia del trabajo de las mujeres y de su función en todos los ámbitos de la vida, la realidad contradice cualquier intento de ignorarlas o menospreciar su actuación, tanto en lo económico como en lo familiar y afectivo y en el sostenimiento del modelo social imperante.

Otra cosa es que no aparezca reseñada su labor ni la importancia que le corresponde y que, incluso en los tiempos que corren, algunos retrógrados parece que tienen como principal objetivo programático el ataque a su progreso, el menosprecio a la protección de su integridad física, el freno a la igualdad real y el detrimento de sus derechos adquiridos, dicho sea de paso, con infinito esfuerzo a lo largo de los años y a costa de muchas vidas perdidas en la lucha por alcanzar la libertad y la igualdad.

Actualmente vemos a infinidad de chef masculinos copando los programas de TV, las cocinas de los restaurantes de éxito, las ferias gastronómicas u otros eventos similares. Pero, ¿a cuántas mujeres nos encontramos como chef en dichos eventos? Cómo mucho las veremos cómo concursantes, pero la excepción confirma la regla cuando miramos a la composición del jurado.

En los últimos eventos de proximidad, destacaban los Hermanos Torres en la fiesta gastronómica en Vigo, si bien, el Museo Liste-Etnográfico vino a poner en su lugar el papel de las mujeres en la cocina gallega y en el sostenimiento amoroso y sacrificado desde la cocina, del bienestar de la familia.

Hay que distinguir entre dos tipos de cocina, ambos teniendo siempre a la mujer de cocinera, que corresponden a dos clases sociales muy diferenciadas. Por un lado, la cocina de los curas, los pazos y la burguesía urbana y por otro, el resto de la población gallega

Dentro del programa “Xornadas para a Comunicación” y bajo el título “Xantares e problemática das mulleres”, el ponente Xavier Castro, profesor de Historia Contemporánea de la USC, escritor e investigador premiado por su labor en cuanto a la historia cultural y gastronómica de Galicia, ha venido a poner en su lugar el papel de la mujer gallega en la cocina. Tanto en la creación de la cocina tradicional como en la cocina de la precariedad y la miseria que exigía verdaderos esfuerzos de imaginación y capacidad de administración de la precaria despensa familiar, para dar de comer a la gran mayoría de las familias gallegas.

Hay que distinguir entre dos tipos de cocina, ambos teniendo siempre a la mujer de cocinera, que corresponden a dos clases sociales muy diferenciadas. Por un lado, la cocina de los curas, los pazos y la burguesía urbana y por otro, el resto de la población gallega.

Mientras en las mesas de los primeros abundaban varios platos y sobremesa a diario, en los segundos el menú no pasaba de un plato generalmente de caldo, aderezado con un pedazo de unto, (salvo en los 120 días de vigilia ala año, en cuyo caso se podía utilizar unas gotas de aceite, si lo había), patatas o cereal con un poquito de cerdo y no existía postre alguno más allá del arroz con leche en una fiesta excepcional.

El común denominador de las cocinas gallegas, ricas o pobres, era la cocinera. no fue hasta la época moderna de la abundancia económica y la variedad de oferta de alimentos que aparecen los chef en sustitución de la cocinera. La llamada dieta atlántica, propia del país ribereño y coincidente con el Camino de santiago, fue creada por las cocineras y la composición del recetario estaba compuesta por productos de temporada y de proximidad, transportados en carros o a lomos de los animales.

En las clases altas se consumían toda clase de carnes e incluso productos exóticos que llegaran de importación a las grandes urbes; todo ello elaborado de diferentes maneras para componer menús de entre 5 o 20 platos distintos, según la ocasión, con unos mismos ingredientes y la creatividad de la cocinera.

Las clases pobres, la generalidad de la población, solía disponer únicamente de un cerdo pequeño para el consumo del año, el resto de los animales que se criaban eran vendidos, junto con la leche y los huevos, los jamones y los chorizos, para obtener el poco dinero en efectivo del que podían disponer para otros menesteres imprescindibles.

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