Opinión

Las otras Ucranias

Llevamos mucho tiempo bajo la machacona información repetida sobre Ucrania; información que además adolece en general de contraste informativo sobre las versiones o interpretaciones de los hechos que allí acontecen, por no hablar sobre el silencio de aquello que tenga que ver con las otras partes que no haya pasado el filtro de lo que parece la información acorde al enfoque consensuado.

No debemos olvidar que en la guerra la primera víctima es la verdad y, aunque lo deseable es que no fuera así, es lo que hay. Y como estamos en guerra, la mediática es una de sus vertientes. Es curioso que Europa sea incluso más restrictiva en la orientación de la información que los EE UU, en lo que a los acontecimientos de Ucrania se refiere.

Pero no se trata de analizar la libertad de información ni de entrar en la calidad de su veracidad, sino de hablar de la guerra y de "las otras ucranias", de las muertes y desplazamientos que causan, las hambrunas que conllevan y las muertes que provocan in situ y por el camino de la diáspora obligada.

Son esas ucranias y exilios olvidados, no porque hayan cesado sino porque de nombrarlas todos parecen haberse olvidado. Son esas personas que nadie recibe como refugiados de guerras o del hambre y muerte por ellas provocada, personas cuyas vidas corren serios peligros en el lugar de origen pero sus billetes de huida ningún gobierno paga ni les espera con agentes que agilicen su condición de tales; son esos seres humanos víctimas, como las ucranianas, pero que ninguna institución les está esperando para acogerles y que, si llegan a algún destino, son considerados inmigrantes ilegales y devueltos al lugar de origen, o bien quedan deambulando sin papeles, viviendo con miedo y expuestos a la marginación y a la explotación por parte de gente desaprensiva que se aprovecha de sus circunstancias.

Es cierto que Europa está viviendo una diáspora de personas que huyen de la guerra de Ucrania, pero no es menos cierto que esa Europa acogedora no está dispensando un buen recibimiento a otras personas procedentes de otras guerras, como la de Siria, Afganistán o cualquiera de las procedentes del resto de las guerras de Asia, América o África, que huyen de situaciones similares a las de Ucrania y llaman a las puertas europeas solicitando comprensión y acogimiento; esas personas a las que ninguna ONG ni gobierno pagan sus billetes ni les esperan con una calurosa acogida para sus desdichadas vidas.

La mayoría llega después de haber agotado por el camino lo poco que tenía y dejándose la piel y muchas veces la vida por el camino. A esos, nadie les facilita un certificado de residencia en 24 horas, ni les acoge o facilita un trabajo ni un colegio para sus hijos. A esos les ocurre como a los palestinos que, a juicio de muchos, viven un apartheid por parte Israel, (país amigo de EE UU), sin que nadie le cuestione seriamente y mucho menos se atreva a amenazarle por ello.

Es posible que tengan razón quienes aseguran que Europa es tan receptiva con los ucranianos porque son gente que vivía como nosotros y sus rasgos son más similares a los nuestros. Como decía un día la presentadora Susana Griso, "son personas como nosotros", que visten como nosotros e impresiona verles llegar con su indumentaria y sus bolsos de Louis Vuitton, decía. ¡Como si esas características les hicieran más merecedoras del acogimiento y el derecho a la vida que a seres humanos procedentes de otras etnias o latitudes! Lo que refleja, además de los prejuicios, es el miedo a que alguien como yo sufra esto, porque eso supondría que también a mí me puede tocar.

No sería de extrañar que tales miedos se pudieran cumplir, porque de hecho, la guerra de Ucrania ya está teniendo consecuencias económicas y sociales muy duras en la U E y, si nada cambia y no se desescala la tensión y se da paso a la negociación del conflicto desatado en Ucrania, las consecuencias para nosotros serán aún mucho peores.

En las otras ucranias la causa de las muertes, el hambre y la diáspora está motivada por la intervención de un país externo en la soberanía de otro, invadiéndolo, explotándolo, o cercándolo hasta asfixiarlo con armamento y sanciones económicas hasta debilitarlo y doblegarlo a los intereses económicos y/o geoestratégicos del agresor. Es un hostigamiento que atenaza a muchos pueblos; pensemos en el Sahara, Sudán, Somalia, Iraq, Siria, o en cómo han quedado Libia, Afganistán, o Vietnan, por poner algunos ejemplos. Y sería bueno que recordemos quién fue el invasor en esos casos. Pero eso sí, los refugiados de esas guerras no llegan a los EE UU.

En esta guerra que se escenifica en Ucrania, en la que la mano de EE UU y su instrumento –la OTAN- son parte activa, ya sea directa o indirectamente, la gran perdedora es la U E porque es la sufridora de los costes de todas las sanciones impuestas a Rusia y que dejarán a Europa hecha una piltrafa económica y socialmente. Y mientras que EE UU se recupera de su severa crisis económica con la venta del stop de armas acumulado y la fabricación de moderno armamento, cuya compra impone a los países de la OTAN y destina también al ejercito de Ucrania, no hay que olvidar que se convierte en suministradora de gas y, en menor medida, de petróleo para la U E y que lo hará a un precio superior al que se venía pagando a Rusia. Por otra parte, con la bonanza económica también aplaca el descontento social y trata de recuperar la hegemonía del imperio yankee.

El índice de pobreza en España es del 7% y la población en riesgo de exclusión social y pobreza ronda el 21%. ¿No sería prioritario atender a las necesidades de las personas y trabajar por la paz en lugar de enviar armamento para seguir fomentando la guerra? Sabemos que la última donación de ayuda a Ucrania en cuestiones de ONGs y material militar fue de 45.000.000 de euros. ¿Es esa la mejor opción? ¿Acaso nuestros gobernantes no deben cambiar las armas por la palabra y la negociación y no dar alas a la guerra?

Comentarios