Opinión

Locura, democracia y post verdad

No es sorprendente que la salud mental de la sociedad se resienta cuando estamos viviendo a diario situaciones de crisis a varios niveles que conllevan inseguridades, temores e incertidumbres que hieren la sensibilidad, provocan desasosiego y conducen a situaciones de desazón, ansiedad y estrés permanente.

La violencia está permanentemente presente en los medios de comunicación, en las calles aumenta día a día y las decisiones gubernamentales, sobre todo por parte de quienes mantener un poder hegemónico unilateral hasta hace poco, fomentan guerras que están costando miles de vidas a diario y ponen en jaque a la seguridad de todo el planeta.

Mucha gente ya no sabe si temer más a los efectos del cambio climático, a lo que le deparará el futuro cuando la Inteligencia Artificial suponga su despido, a las consecuencias económicas y sociales derivadas de las sanciones económicas a unos países y las guerras promovidas en otros, o al riesgo de que les alcance un misil o los efectos de una guerra nuclear.

Ver matanzas de víctimas inocentes en guerras inducidas por los intereses de otros, muertes de aquellos desplazados por el expolio de sus países, los efectos del cambio climático, o de las guerras, no puede dejar indiferente a nadie que conserve la salud mental suficiente como para no haber perdido la sensibilidad, el sentido de la justicia y la empatía con sus semejantes.

En este contexto que nos toca vivir se hace imprescindible hablar de la post verdad y su función. Se define como la distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en las actitudes sociales.

Darío Villanueva, en una conferencia en 2017 en la Uned, señalaba que post verdad es toda aseveración que no se basa en hechos objetivos, sino que apela a las emociones y creencias del público. Hacía referencia también al "potencial que la retórica tiene para hacer locutivamente real lo imaginario o simplemente lo falso"; un potencial que muchas veces entronca directamente con la sentencia de que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad. El director de la RAE afirmaba que la post verdad representa una evidente negación de la realidad y que "hoy día se acepta que lo real no consiste en algo ontológicamente sólido y unívoco, sino, por el contrario, en una construcción de conciencia, tanto individual como colectiva".

Existen sólidas razones para que actualmente incluso los gobiernos estén vetando plataformas y cauces de información que pudieran difundir contenidos que difieran del criterio estipulado por el discurso oficial sobre un tema determinado. En el caso de las guerras es vergonzoso como se cuestiona y veta toda información que pueda surgir del bando contrario. Así, difícilmente existirá criterio personal o pensamiento crítico al margen del oficial. Nunca tantos periodistas habían sido asesinados en tan poco tiempo ni había sido tan peligroso y difícil acceder a los lugares del conflicto y, si lo logran, poder difundir la información real es una quimera salvo en muy contados medios.

Volviendo a nuestra realidad actual, comenzaré con el repaso que sobre el fascismo hacía hace ya tiempo Beatriz Gimeno. Afirma que el fascismo no ha llegado con Vox sino que estaba ahí pero no lo visibilizamos y asumimos hasta que llega a las instituciones. El fascismo necesita un caldo de cultivo para extender determinados comportamientos y mentalidades para poder crecer; de ahí que el fascismo político se manifieste cuando ya se implementó previamente el fascismo cultural.

Beatriz Gimeno nos recordaba también que una afirmación de Esperanza Aguirre fue que había que "acabar con la superioridad moral de la izquierda" para ganar plenamente. Lo peor fue que lo enfocaron en enturbiar la imagen de la izquierda con falsas acusaciones que arrastraran por el lodo a sus oponentes políticos. Y como quiera que los principios de esa superioridad moral, que se han universalizado y son aceptados por la mayoría de la sociedad como deseables, están más cercanos a la izquierda, (me refiero a valores como la empatía, generosidad, solidaridad, igualdad, reparto equitativo de los recursos), que al neoliberalismo, hace que para ganar plenamente como decía Aguirre sea necesario provocar cambios culturales en la sociedad.

La defensa de los derechos humanos junto con la igualdad son valores básicos y compartidos en cualquier democracia; estos valores fueron compartidos también por la derecha pero han ido perdiendo terreno en sus filas conforme se fue imponiendo en el capitalismo la tendencia neoliberal hasta el punto que ahora, además de gobernar, necesita combatir ideológicamente los derechos sociales básicos. Necesita cambiar la sociedad y lo que piensa sobre tales derechos.

Es en ese punto que, para llegar a la transformación necesaria de las mentalidades, el capitalismo puso a funcionar sus resortes y el plato fuerte de esa transformación fueron, entre otros recursos, los medios de comunicación en los que tertulianos y algunos periodistas –empleados de esos medios- llevan mucho tiempo machacando a la ciudadanía con las técnicas de manipulación necesarias para sembrar dudas, crear confusión con mentiras o verdades a medias, difundir calumnias e incluso, instar al miedo, el rechazo y la división de los ciudadanos entre sí ante temas de bienestar social, dependencia, sanidad o educación.

También las mentiras, descalificaciones e insultos que se producen en el Parlamento son indignas y deplorables. No es extraño que muchas personas se sientan defraudadas y ofendidas por el patético comportamiento de quienes así actúan en lugar de resolver los problemas reales para lo que fueron elegidos. Es un espacio de debate y aportación de propuestas que se defienden con razones y no se combaten ni mejoran con insultos, ni con gritos o descalificaciones personales y acusaciones tendenciosas. Estos comportamientos incitan al odio y la violencia y crean un clima dónde pasar del insulto a la amenaza es el paso previo a la agresión.

Desgraciadamente, en la política del siglo XXI, la mentira está cada vez más integrada y la voz de la ciudadanía cada vez es menos escuchada.

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