Opinión

Momentos de incertidumbre

Los gobiernos están gestionando mal la pandemia al dejar de lado a los ciudadanos para obedecer a los poderes económicos

VIVIMOS MOMENTOS difíciles y, en cierto modo, únicos porque hasta dónde alcanza la información de la que disponemos nunca nos habíamos enfrentado a una situación similar.

Es cierto que en 1.918 se vivió una situación de pandemia de la que algo deberíamos aprender para tratar de entender y resolver la presente, sobre todo porque ahora disponemos de bastantes más medios para combatirla que los que poseían entonces. Sin embargo, parece que en esta ocasión estamos encerrados en un bucle del que no se ve la salida.

Tal vez nunca había estado la sociedad entera tan esclavizada por un capitalismo salvaje, que antepone los intereses económicos a cualquier otro, incluso a la vida humana. Prueba de ello son las cambiantes medidas que todos los países toman al vaivén de directrices de los grandes intereses económicos. Esos vaivenes a favor del interés capitalista está debilitando a su vez la credibilidad de los Gobiernos, con lo cual éstos están cada más a merced del poder económico y más distante del apoyo y la implicación social imprescindible para solventar situaciones como la actual.

Por si las presiones económicas y sociales sobre el Gobierno eran pocas, ahora están las desautorizaciones desde algunas instituciones del poder judicial, contradictorias entre sí y con respecto a los criterios de los técnicos sanitarios y medidas tomadas por la Administración sobre la pandemia. No en vano cada vez son más las voces que se cuestionan si, en nuestro país, el poder judicial tiene ansias de abarcar parcelas del legislativo. Y es que cuando se presiona desde ámbitos impropios, o descalifica y vilipendia al Gobierno, acaba desvirtuándose la credibilidad y buena imagen de todas las instituciones.

Estas reflexiones me hacen recordar a Edgar Morin, filosofo francés y reconocido humanista que dedicó buena parte de su vida a hacernos entender en qué mundo vivimos y con ese fin investigó tratando de crear puentes entre las distintas disciplinas; se cuestionaba por qué cuando se estudia al hombre, se estudia la mente y las ciencias humanas por un lado y el cerebro y las ciencias biológicas por otro. Morín renegaba de la guerra de 1.914 y de la carnicería nazi; consideraba que el mundo debía cambiar y no entendía una actitud que no promoviese el bien de la humanidad. Fue un autodidacta que intentaba entender el mundo y ser útil a la humanidad.

Su vida fue una continua búsqueda, como decía en una entrevista. Morin trató de reunir los conocimientos de filosofía, sociología, biología, religión, mitología o historia; todo ello con el fin de que al abordar un tema pudiese comprenderlo en toda su dimensión.

En momentos como el que ahora vivimos también es imprescindible esa mirada de humanismo, amplitud de conocimientos y sensibilidad en la toma de decisiones que, además de la pandemia, afectarán a toda la sociedad imponiendo cambios de tal calibre que difícilmente nos habríamos imaginado.

Los cambios que por imperativo de la propia naturaleza se avecinan, como ya ocurrió con la pandemia, afectarán a la economía, a la configuración social y al modo de relacionarnos para garantizar la supervivencia. Ni para afrontar un problema ni para el otro sirven medidas que no se generalicen y, así como en Australia se confina Sídney por un brote de 77 casos y se despliegan 300 soldados en las calles para que se cumpla el confinamiento, en otros países se organizan festivales con 5.000 asistentes pese a estar en riesgo alto, con lo cual el virus bailará a sus anchas.

Cada vez es más difícil garantizar una burbuja al margen del resto del mundo y el calentamiento global afecta a todo el planeta de tal modo que ya no es posible abordarlo sin una mirada global como propone Edgar Morin, porque cualquier ámbito en el que se actúe afecta al planeta entero. También hemos de cambiar el individualismo por la colaboración comunitaria, lo que me remite de nuevo a Morin. El ejemplo lo tenemos estos días en Grecia frente a los incendios; efectivos de diversos países aportan sus medios para extinguir el fuego y la colaboración ciudadana se une a ellos en un esfuerzo conjunto.

Los incendios que están asolando el planeta contribuyen al calentamiento global, que a su vez es causante de muchos de ellos y dificulta su extinción, dejando un desierto de cenizas con viviendas y fauna arrasada, personas fallecidas y miles de desplazados. Son parte de los desplazados climáticos que cada vez veremos con más intensidad. El deshielo de Groenlandia supone una subida del nivel del mar y, si concentrásemos el agua de dicho deshielo en Galicia Eo- Navia y O Bierzo, supondría una cobertura de agua de 25 cm. Se calcula que por cada subida de 1 cm del nivel del mar provocará el desplazamiento forzoso de 1.000.000 de personas.

Es obvio que los resultados del calentamiento global han entrado en una espiral difícilmente remediable, y mucho más si no se hace una frenada inmediata. La subida de las temperaturas es de tal calibre que no admite divagaciones ni más espera. Ya tenemos noches de 30º y se prevé que pronto sean un 30% más las que alcancen temperaturas tropicales. España tiene temperaturas por encima de los 40º y, en alguna zona, ya se alcanzaron los 49º durante el día.

Para entender y administrar todo lo que esto supone se impone la puesta en marcha inmediata de un trabajo multidisciplinar que no puede ir en otro sentido que no sea el decrecentista, solidario, colaborativo y con enfoque humanista y centrando el desarrollo de la comunidad y con visión global.

No sirven las actuales políticas económicas de desarrollo infinito, consumo abusivo y producción de usar y tirar. Ese sistema nos situó al borde de la extinción como especie.

Proyectos como los de la ampliación de los aeropuertos del Prat y Barajas, van en sentido contrario a todo lo que el calentamiento global requiere y la escasez de recursos impone. Ese dinero, como el de los fondos Nex, debería emplearse en proyectos sustentables con visión realista de un futuro forzosamente distinto del actual.

No vendría nada mal que la ciudadanía empiece a leer a Antonio Turiel y Carlos Taibo, entre otros, para concienciarse y comprender que los disparates del neocapitalismo salvaje son inadmisibles a día de hoy y que el decrecimiento no tiene por qué resultar negativo.