Opinión

La Navidad de los miedos

Atardeció como la noche oscura que se traga los tenues rayos de la agotada luz de un pobre candil. Hoy amanece con lúgubres temores que hacen revivir la pesadilla olvidada, aquella que con ansias de vivir enterraron quienes superaron la pandemia de 1918, y de la que tan poco se aprendió para el futuro.

Hoy amanecemos víctimas de otra pandemia que ha puesto el mundo entero patas arriba. Estamos inmersos en una pesadilla que cada día asoma una arista nueva que apunta a un futuro incierto, que parece minar todo esfuerzo de control a corto plazo y eso, genera ansiedades, miedos y tristeza.

Es una vivencia que profundiza en la separación y el aislamiento, que genera un miedo al otro sin que ese otro sea ajeno a nuestro país, a nuestra cultura o nuestro entorno, e incluso traspasa el límite del conjunto familiar y del círculo que amamos. Es el miedo al enemigo invisible que puede haberse pegado a sus ropas, a sus manos, a su hálito vital incluso. Es el miedo al virus.

Los miedos pueden llegar a ser pandémicos, sean o no provocados por los virus.

En el siglo pasado Europa no solo fue asolada por la mal llamada "gripe española". También lo fue por guerras que sumaron muchos millones de muertos, superando con creces al número de fallecidos que ya llevamos acumulados en esta pandemia del Covid-19. España no fue excepción; también tuvo sus muertos en su propia guerra fratricida y, a diferencia de Europa, sumó una cruenta represión con cantidad de españoles asesinados cuando ya estabamos en "tiempos de paz". 

Por eso los miedos, como las pandemias, vuelven a este siglo y opacan implacables esta navidad. Al miedo a la enfermedad y sus secuelas, a la muerte y a la pérdida de seres queridos, se suman otros miedos que son viejos conocidos en nuestro país. Pululan como fantasmas intangibles percibidos en silencios, en ausencias jamás explicadas, en temas tabú que nunca se trataron pero que todos percibieron que «conviene» soslayar.

La mayoría no ha vivido los acontecimientos dramáticos del siglo pasado, y la benévola historia endulzada que se trasmitió sobre la guerra civil española no les hizo conocedores de la cruda realidad de los hechos que nuestros mayores silenciaron por miedo a la represión, cuando no para evitar el insufrible dolor de recordar, y pese a que a la mayoría de las memorias vivas se la va devorando esta pandemia, quedan vivencias de las secuelas posteriores a los hechos.

Las secuelas de hechos dramáticos imprimen marcas indelebles que impregnan el devenir de todos pudiendo condicionar tanto para la superación exitosa, en base a lo aprendido, como para la confrontación taimada que reproduzca de nuevo los desastres del pasado cuando el éste se ignora o no se acepta la evolución de la sociedad en su conjunto.

En esta navidad el azul del cielo tiene pocas estrellas de luz vibrante y constructiva. Y no es que tales estrellas no existan, que las hay; se trata de que un ejército de falsas estrellas compuestas de un magma perverso y corrompido se está expandiendo en el espacio y dispara poderosos satélites opacos para engullir al máximo número posible de las portadoras de luz y, si no es capaz de destruirlas, al menos persiste en ensuciarlas para que no brillen. Lo que pretenden las negras sombras perversas es que quienes miren al cielo con esperanza y ansias de paz, queden cegados por la oscuridad, la duda y el miedo. Y se rindan.

Pero por suerte vivimos en país libre, con una Constitución democrática que, con todos sus déficits y virtudes, proclama la libertad y la igualdad, reconoce derechos sociales y nos recuerda que la soberanía reside en el pueblo. Si no se olvidan esos preceptos y somos empáticos y solidarios, brillará nuestro futuro porque juntos somos fuertes.

Como dice la canción, resistiremos. Celebremos cuidándonos, con sencillez y esperanza, con ilusión pese a todo. Y soñemos porque los sueños son el motor que conformará el futuro y las utopías camino. Caminemos hacia un futuro 2021 en el que podamos, por fin, abrazarnos sin miedos y caminar con firmeza hacia un futuro de entendimiento y paz.

¡Qué la luz de nuestro candil, por humilde que sea, no la apague nadie!

¡Feliz Navidad!

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