Opinión

Realidad y mito de la COP26

No es sencillo reducir las emisiones contaminantes; lo que sí es urgente. Tampoco es barato hacerlo, pero es imprescindible y más barato que no actuar a tiempo 

Una vez más el mito y la esperanza salieron de la Cumbre de Glasgow con las patas quebradas.

Los compromisos alcanzados están muy por debajo de lo que los informes científicos requieren como imprescindible para no superar los 1,5 ºC. de calentamiento global.

Sin olvidar que la energía también es geopolítica y que un riguroso análisis desde ese punto de vista también es imprescindible por las consecuencias que implica, es cierto que la descarbonización exige tiempo y planificación estratégica, algo que ya los expertos advertían a finales de los 70 y reiteraron en múltiples ocasiones a lo largo del tiempo. Pero el capitalismo hizo oídos sordos entonces a las advertencias científicas de lo que hoy está ocurriendo, tal como continúa haciendo ahora con respecto al punto de no retorno que, de seguir así, pronto habremos traspasado.

El propio sistema capitalista estaba en peligro y así lo advertían expertos economistas que, junto a científicos de otras ramas, invitaban a frenar el modelo de producción y consumo, del mítico crecimiento continuo y la cultura de usar y tirar, porque salvo que estuviesen dispuestos a llegar al colapso, no quedaba otra alternativa que el Decrecimiento progresivo, racional y de forma solidaria, porque así lo requería la limitación de recursos del planeta, la contaminación y el calentamiento global.

Puede que el peso de los lobbys participantes en la Cumbre y los ingentes medios económicos destinados por sus corporaciones al cabildeo no sean en absoluto ajenos a tan tibios resultados pactados en la COP26.

Pocas son las medidas acordadas, adoleciendo además de falta de claridad en las normas que deberán medir el impacto de las inversiones en la financiación verde, dificultando con ello la efectividad de la financiación verde para que sea tal.

Si a partir de 2020 solo se podrían emitir 500.000 millones de toneladas de dióxido de carbono en el mundo para no superar el grado y medio de aumento de la temperatura y ya se han emitido 80.000 millones a día de hoy, no es extraño que los científicos estimen que el aumento de la temperatura será de al menos 3ºC y por consiguiente el aumento de la sequía y la desertización serán cada vez más graves e irán acompañados de otros fenómenos atmosféricos de efectos catastróficos a los que habrá que añadir el derretimiento de los casquetes polares y el permafrost.

Pese al parón por la pandemia, continuamos con la tendencia al alza de las emisiones de CO2 procedentes de combustibles fósiles y por lo que parece, nada de llegar a cero en 2050.

Cuando Xabier Vázquez Pumariño, biólogo y consultor ambiental, le preguntaron en la conferencia sobre Antropoceno y crisis medioambiental, (del Ciclo Decrecemento organizado por el Ateneo Atlántico de Vigo y la Rede para o Decrecemento de Eo-Navia, Galiza, O Bierzo), sobre los beneficios que supondría para el planeta la prohibición de los coches de combustible fósil y el paso al coche eléctrico, respondió explicando una serie de matices a tener en cuenta que desde luego no invitan a pensar que promover la renovación del parque de automóviles, desechando vehículos que están en buenas condiciones, sea la mejor idea. En primer lugar porque no agotar la vida útil de ese automóvil significa un desperdicio de la energía que se ha consumido en su fabricación que, en cómputo de contaminación, no compensaría el beneficio de su sustitución por el coche eléctrico. En segundo lugar, el coche eléctrico cuenta con más problemas de los que en principio nos anunciaban. Y no son pocos.

Dada la escasez de materiales imprescindibles para la fabricación de las baterías de los coches eléctricos tenemos un hándicap para llegar a producir todos los que se pretende. A esto hay que añadir la dificultad para desarrollar los suficientes puntos de recarga que garanticen los desplazamientos con la necesaria autonomía y, puesto que se trata de ahorrar energía, no hay que olvidar la energía que se pierde en la red de distribución, (puede suponer hasta un 10% de la que circula en la red).

Pero hay algo mucho más importante, detectado en estudios recientes al respecto, que consiste en lo siguiente: un coche eléctrico necesita 200.000 Km para compensar el CO2 que se emite en su fabricación.

Estos datos los corrobora de un estudio de Volvo en el que compara la huella de carbono del ciclo de vida completo de su gama XC40 con la de cada una de las versiones EV, PHEV e ICE, construidos todos ellos en la misma fábrica, teniendo en cuenta para cada caso las materias primas empleadas y los procesos de producción necesarios para su fabricación, alimentación y conducción durante una vida útil de 200.000 Km. Comparando el modelo XC40 con motor ICE normal con el C40, pese a que ambos se construyen en la misma plataforma y comparten muchas de sus piezas, el C40 genera en su fabricación un 70% más de emisiones que el XC40.

Está claro que estos coches "ecológicos no lo son tanto. Y eso se debe a que en su fabricación llevan una carga de contaminación muy alta y aunque después no emita CO2, el origen de la energía que consume sí lo hace para ser generada puesto que actualmente no existe en la red energía totalmente verde y por tanto, lo mejor que se puede hacer es reducir su consumo y, para eso, lo sensato sería fomentar el transporte público y sobre todo desarrollar un buen servicio de la red ferroviaria.

No es sencillo reducir las emisiones contaminantes; lo que sí es urgente. Tampoco es barato hacerlo, pero es imprescindible y más barato que no actuar a tiempo. Es inútil malversar financiación en proyectos de dudosa eficacia y por eso urge dejarse de gestos simbólicos y pasar a la acción comprometida y eficaz. Para eso se requiere tiempo de planificación estratégica basada en el conocimiento y ajena a los intereses espurios.

En lugar de despilfarrar dinero público, (o incluso privado), en proyectos inútiles o poco efectivos, no estaría nada mal dedicarlo en buena parte a informar y concienciar a la población para que puedan entender los ajustes y decidir sobre las propuestas, contribuyendo también a fomentar su adherencia a cambios de actitudes y convertirlos en comportamientos proactivos.

Un solo ejemplo al respecto y que implica la colaboración de todos: el uso circular de los envases de vidrio en lugar de romperlos en el contenedor. ¿Saben cuanta energía se consume en el reciclaje de ese vidrio? Y esa energía además de contaminar encarece todo el proceso que termina pagando el consumidor.

La realidad nos atañe a todos y si no tomamos parte activa en la solución, el mito de las Cumbres por el clima y el juego al que nos empujan nos conducirá a la destrucción.

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