Opinión

Vida y memoria

Se espera que el 80% de la población mundial presente algún tipo de trastorno mental como secuela de la pandemia del covid-19

Como un río de aguas turbulentas se va llevando a nuestros mayores, nuestros héroes, la memoria colectiva que sabe de la verdad de una guerra, o de dos; de la realidad de la historia. Sufrieron una pandemia, o dos, como era el caso de algunos.

Hemos perdido a seres queridos, personas muy significativas en nuestras vidas pese a no existir lazos de sangre. Aunque solo sea por eso, nuestras vidas no serán igual después de la pandemia, si es que para entonces estamos entre los vivos.

También nos ha marcado la forma en que se fueron los ausentes. Sin un abrazo, una última mirada, un último roce de despedida. Se han ido y nos hemos quedado sin tantas cosas que hubiéramos querido decirles, aclarar o agradecerles…

Esta pandemia provocó otras situaciones dolorosas ajenas a las propias del coronavirus; las ausencias que se acumulan, sin la debida atención sanitaria en muchos casos, no se deben todas al coronavirus; otras muertes hubieran sido evitables si la atención sanitaria habitual no se hubiese reducido o limitado en muchos casos a mera atención telefónica, suponiendo que tuvieras la suerte de que tu llamada traspasara el colapso.

Tanto unas causas como las otras e incluso en los casos en que el final de una vida era inevitable pese a que el paciente haya sido correctamente asistido, la huella del aislamiento, las limitaciones de contactos durante la enfermedad y también para acompañar sus entierros, son huellas dolorosas y difíciles de superar. Faltó el corolario simbólico que canaliza lo afectivo en nuestra cultura frente a la enfermedad y la muerte y eso, tiene consecuencias.

No en vano hablan los profesionales de salud mental de las consecuencias adversas que esta pandemia puede provocar, derivando en otra pandemia de trastornos de la salud mental.

En encuestas realizadas en salud mental, se detecta que el aislamiento social y la soledad provocados por el covid-19 está fuertemente asociado a trastornos de ansiedad, depresión, autolesiones e intentos de suicidio; éstos últimos es posible que afloren más con el tiempo porque también se presentarán como secuela a lo largo de la vida.

Si las cifras de personas atendidas por cuadros de ansiedad y depresión se sitúan, según las fuentes, por encima del 40% de la población en la actualidad y prevén que asciendan al 60% durante esta segunda ola. Posteriormente, en meses y años próximos, se espera que el 80% de la población mundial presente algún tipo de trastorno mental como secuela de la pandemia del covid-19.

La OMS ha lanzado la advertencia de que aumentarán estas cifras y aparecerán los suicidios y otros trastornos mentales, habrá recaídas y se agravarán otros cuadros previamente diagnosticados y advierte a los Gobiernos de la necesidad de prestar atención y apoyo psicosocial a los profesionales sanitarios, a los trabajadores que tienen que acudir a sus puestos, a familiares y enfermos y a la población general, y sobre todo a los sectores más desprotegidos.

A los pensamientos negativos y las dudas sobre nuestras propias vidas y las de los seres queridos, los miedos a contagiarnos o contagiar a otros, se añaden otros como la deriva que puede tomar la pandemia y las situaciones de precariedad económica, todo esto provoca desconcierto e incluso desesperación, poniendo en riesgo nuestro equilibrio mental.

El coronavirus ha provocado muchos cambios en nuestra sociedad y una de las secuelas inmediatas es el estrés psicológico por los temores al contagio y los impactos del virus en la salud, estas preocupaciones unidas al aislamiento social extendido y los problemas económicos están causando estragos en la salud mental de las personas en todo el mundo. Pero el síndrome de estrés postraumático se manifiesta con mayor intensidad en las personas que se ven obligadas a estar en contacto con el virus: los sanitarios, los servicios esenciales, las personas que han sido infectadas y los familiares que no han podido despedirse de sus seres queridos.

Otro síndrome, aunque no se trata de una patología como tal, es el "síndrome de la cabaña", fruto del confinamiento y el paso de muchas horas encerrados en casa, sin contacto con los amigos. Muchas personas sienten inquietud ante el hecho de volver a la calle y a relacionarse con los demás y prefieren mantenerse en su aislamiento porque el cerebro se habitúa a un ambiente en particular. En este caso, el riesgo es mayor en las personas que pasan solas el confinamiento. A veces, también estos casos requieren de apoyo para superarlo.

Y para terminar, puesto que el aislamiento social es ya de por sí bastante penoso, lo último que nos hace falta es que ciertos descerebrados aprovechen la ocasión para amenazar con fusilamientos y otras guerras. Muchas de las personas que han fallecido en estos meses y la sufrieron, se levantarían de sus tumbas para recordarnos lo que fue aquello y reclamar cordura.

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