Opinión

Y también el agua

Hace tiempo que las grandes corporaciones vienen controlando, cada vez más, todo lo que tiene que ver con los alimentos; pero no precisamente por razones de seguridad alimentaria. Comenzaron por la distribución, continuaron por la producción y finalmente se han convertido en un valor en bolsa.

Para asegurarse ese control, Monsanto capitaliza el suministro de las semillas, utilizando transgénicos por supuesto, con lo cual obliga a los agricultores a comprar nuevas semillas cada año y también controla los pesticidas y fertilizantes que han de usarse en esos cultivos. Es bueno tener en cuenta que muchas semillas han sido modificadas expresamente para que no se puedan utilizar en la cosecha siguiente y, en algunos casos, Monsanto consiguió que se prohibiera a los campesinos usar las semillas procedentes de su cosecha para la siembra de la siguiente.

Cómo es Monsanto quien pone el precio a las semillas y muchos campesinos no pueden pagarlo, la corporación se va haciendo poco a poco con la mayoría de las tierras, desplazando o esclavizando a los productores originarios. De este punto debemos acordarnos cuando se habla de la migración.

Como muchos de sus productos son cancerígenos y en algunos países están prohibidos o limitados, las corporaciones presupuestan ingentes cantidades de dinero destinadas al cabildeo para comprar voluntades políticas y de los Estados y así, continuar expandiendo su control sobre la producción de alimentos.

Cuando la crisis financiera puso la bolsa patas arriba y lo que había detrás de la mayoría de las acciones era papel mojado, fruto de la especulación financiera pura y dura, para que los grandes accionistas pudieran materializar los beneficios que solo existían en el papel, las consecuencias las sufrimos todos en recortes de servicios públicos y de salarios, aumento del paro, quiebras en la economía de las familias al quedar reducidos sus ingresos, pérdida de la vivienda y desahucios, y por supuesto, salvando de sus pérdidas a los bancos. Pero las cosas no fueron igual para todos y, una vez más, los grandes capitalistas dirigieron sus inversiones por otros derroteros que pintaran más seguros.

En esta práctica de comerciar en bolsa con el valor de los alimentos ganan todos los poderosos. Empresas farmacéuticas como Bayer, del ramo del automóvil como Daewoo, incluso de producción cinematográfica y medios de comunicación, han entrado en el negocio de la producción de alimentos y su comercialización, con lo que sus acciones crecieron como la espuma.

Otro frente de privatización es el del agua. Comenzó hace tiempo y empezó a crear inquietud en Argentina cuando los productores de soja transgénica e industrias como la Coca-Cola, fueron comprando grandes acuíferos para utilizar en sus explotaciones, dejando privados de ese recurso natural a otros productores ganaderos y agrícolas y, en algunos casos, a la población de la zona.

Esta situación de privatizar los recursos hídricos, o permitir un uso prioritario del agua a grandes explotaciones privadas y de monocultivos extensivos, está dejando sin abastecimiento de agua para el consumo a poblaciones enteras que ya dependen del servicio diario mediante camiones cisterna. Estas prácticas terminaron dejando seco el cauce de algunos ríos en zonas de Latinoamérica que, como ya sucede en México y en otros países que se dedican al cultivo del aguacate, (llamado ahora el oro verde por su alta cotización en el mercado), necesita grandes cantidades de agua.

El efecto de la producción masiva de aguacate como ya sucede en México y en otros países de Latinoamérica también está teniendo efectos negativos en EE UU, donde agota los acuíferos e impide otros cultivos de la zona. Aunque el cultivo del aguacate no es el único problema que los norteamericanos tienen con el agua, puesto que sus acuíferos están muy contaminados por la práctica del fracking y por los pesticidas utilizados en grandes zonas de cultivos transgénicos.

A día de hoy, el agua ya cotiza en Wall Street. Así que ya solo me queda recomendarles, a propósito, ver la película También la lluvia, dirigida en 2010 por la española Icíar Bollaín, que refleja acontecimientos relacionados con el agua en Bolivia frente a la compañía norteamericana Bechtel, y que goza además de buena reputación como obra cinematográfica.

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