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Arde Galicia

DEBIÓ SER a mediados de los ochenta cuando Os Resentidos sacaron ‘Galicia sitio distinto’, tema en e que cantaban aquello de "Arde Galicia co lume forestal, tamén arden os teus ollos con pupilas de metal". 

Incendios aquí los ha habido toda la vida, desde que descubrimos el fuego, lo que es natural en un país dotado por la naturaleza de numerosa materia combustible. Por aquella época, la que transcurre desde el principio de los tiempos hasta hace poco, nuestro sector forestal era un negocio respetable y cuando se quemaba un monte solía ser a causa de un descuido y de la ausencia de medios y recursos para proceder a la extinción del asunto. También habría, imagino, algún que otro pirómano loco, pero eran dos o tres de esos que se quedan absortos mirando el fuego y los vecinos los matan a palos. Luego, cuando nuestra primera juventud, tan añorada por otros motivos, dicho sea de paso, fue cuando empezamos a ver fuegos provocados y coordinados; los primeros artefactos incendiarios, normalmente conformados por un pitillo encendido al que se ataban dos o tres cerillas. Y empezamos a hacernos la pregunta que nunca nadie nos ha respondido. ¿Quién quema el monte? Tenemos diversas teorías. Cuando no hay un culpable, aparecen diversos sospechosos. 

El otro día salió un experto en alguna cadena diciendo que los responsables son las mismas empresas privadas que se encargan de apagar los fuegos. La extinción de un incendio de ciertas proporciones puede costar unos 50.000 por hora. Si eso lo multiplicamos por los dos o tres días que puede durar, y tenemos ocho o diez buenos incendios a la vez, no sé sacar la cifra sin calculadora, pero seguro que es más de lo que usted y yo ganaremos en nuestras vidas, salvo que usted sea el dueño de una de esas empresas que ofrecen sus servicios para apagar fuegos. Lamentablemente no es mi caso. En Pontevedra, por ejemplo, muchos echamos la culpa a Ence, más que nada porque tenemos derecho a culpar a Ence de lo que nos dé la gana. Se dice que los monocultivos de eucalipto, necesarios para que la fábrica pueda aumentar año tras año su producción, son la razón de que ardan pinos, castaños y carballos. 

Otros hacen culpables a las brigadas de extinción, a la Xunta, a la oposición, a la falta de prevención, al vecino que siempre saluda, a la política forestal o a los extraterrestres. Incluso a veces nos preguntamos si existen los sospechosos. Le pasó el otro día a uno de esos vecinos de Arbo que grabaron un vídeo en el que se ve cómo en cuestión de segundos aparecen siete focos. El hombre preguntaba si eso estaría hecho a propósito, como si fuera posible otra cosa. 

No sabemos quién quema el monte por una razón: nunca aparece un culpable. No suele detenerse a nadie. De vez en cuando a los miembros de una familia a la que se le desmadró una hoguera, pero nunca a quienes planifican, ordenan o ejecutan los incendios provocados. Son mafias perfectamente organizadas que eligen el día, siempre en medio de una ola de calor, cuando los montes están bien secos y la dirección y fuerza del viento son las propicias para que el fuego se extienda con rapidez y ocupe el mayor espacio posible. ¿Cómo se lucha contra eso? Pues no tengo ni idea. No soy guardia civil. Igual infiltrando en la banda a un agente, (vestido de paisano, si se me permite la sugerencia), o poniendo un micrófono en el bar en el que se reúnen para tramar sus crímenes. Imagino que no será fácil, y la prueba es que llevamos media vida preguntándonos quién quema el monte y para qué. Cuando nos lo preguntamos es precisamente porque nunca han aparecido los responsables. 

Quizá si la décima parte de lo que nos gastamos en luchar contra el fuego, lo invirtiéramos en luchar contra quienes lo provocan, los incendios en Galiza se reducirían notablemente. Tampoco lo sé. Si yo supiera cómo se puede hacer uno rico plantando fuego al monte, una de dos: o me dedicaba a denunciar a los criminales, o me pasaba al lado oscuro y me tiraba los meses de agosto plantando fuego a mi patria. Pero como vengo sosteniendo desde el principio, aquí nadie tiene ni puñetera idea de quién quema el monte. Ojalá más pronto que tarde, alguien, un juez, un policía o un testigo protegido, nos resuelva esa cuestión, que aquí somos tan dados a estas cosas que acabaremos creyendo que las mafias no existen, aunque habelas, hainas. Para un gallego, los responsables de quemar el monte son una leyenda, como la Santa Compaña. Nadie la ha visto, pero todos conocemos a alguien que sí la ha visto. 

Podemos imaginar que nadie organiza cuadrillas de incendiarios por placer, como quien monta un club de ajedrez. Esto se hace por dinero, y se hace con tanta impunidad que parece que plantar fuego a un monte es un derecho fundamental de los gallegos. Lo haga quien lo haga, no estaría de más que un buen día nos decidamos a resolver el misterio.

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