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Asomado a una ventana

LOS VIÑETISTAS se ponen las botas con Rajoy porque es un hombre que gesticula mucho. A menudo abre los ojos como un pez, o exhibe una sonrisa exagerada. Tiene ese peculiar modo de caminar cuando hace ejercicio y cuando habla mueve la cabeza hacia adelante y hacia atrás mientras mira fijamente a su interlocutor, o a una cámara. Por eso es fácil de caricaturizar. El problema para todos los que no somos dibujantes, es que todo ese catálogo de gestos no exhibe emociones, sentimientos ni sensaciones. Nadie sabe nunca lo que le pasa a ese hombre por la cabeza. Por eso vuelve histéricos a todos. A los suyos, a sus rivales, a los analistas y a todos los que, lo hayan votado o no, están esperando un gesto. Nos pasamos la vida esperando gestos de Rajoy, y no terminamos de comprender que Rajoy no ha hecho un gesto en su vida ni lo hará. Todos esperamos que actúe como lo haría cualquiera porque no terminamos de entender que Rajoy es Rajoy, y lo que pretendemos es que deje de ser Rajoy y de pronto comience a comportarse según los usos y costumbres que seguimos los demás.

Es la famosa "cara de cartón", una escena del libro de Adrián Rodríguez que dio la vuelta a España. Resumiéndola, pues ya se ha reproducido mucho últimamente, cuando Rajoy incumple la promesa de dar la presidencia de la Diputación pontevedresa a Rivas Fontán, éste entra en su despacho y le pregunta con qué cara se paseará por Pontevedra: "Cara de cartón, Pepe, cara de cartón", le dice Rajoy. Lo que le sugiere es actuar como si nada, que es lo que haría él.

Y Rajoy, persistente, actúa otra vez como si nada. Nadie entiende que en lugar de reunirse con los que pueden ser sus aliados naturales, haya empezado llamando a Joan Tardá. Hay una explicación: Rajoy hizo como Luis XIII, que de vez en cuando llamaba a cualquiera que anduviese por ahí, lo llevaba a una ventana y le decía: "Señor, aburrámonos juntos". Luego lo tenía un par de horas ahí mirando por la ventana, hasta que buscaba otro señor al que aburrir.

Rajoy no está haciendo nada que no haya hecho siempre, y más en los momentos complicados. Esperar. Aburrirse, si es necesario, hasta que sean los demás los que, desesperados, le ofrezcan la solución más conveniente. Tampoco es algo que nadie le pueda reprochar, ni puede haber crítica a ese comportamiento, pues es constatable que siempre le ha funcionado. Rajoy no actúa como si nada por capricho. Lo hace porque es la estrategia que, según su propia experiencia, nunca falla. De hecho, ya empieza a dar sus frutos. Mientras todos se ponen a bracear y a chillar que es Rajoy quien tiene la responsabilidad de formar gobierno, no se dan cuenta otra vez de dónde está el error. Todos le dicen a Rajoy lo que tiene que hacer, pero el único que sabe aquí lo que Rajoy tiene que hacer es Rajoy. Sabe que realmente la responsabilidad de negociar un gobierno presidido por él es de otros. De Ciudadanos, del PNV, del PSOE o de quien sea. Rajoy irá llevándolos uno por uno a la ventana para que se aburran con él. Ya los tuvo así antes meses y meses, hasta que tomaron la única salida que le convenía, que era repetir las elecciones. Sabe que no hay en toda España nadie capaz de esperar tanto tiempo como él mirando por la ventana.

Funcionará. Serán otros los que se cansarán y acudirán a él ofreciendo su apoyo entre súplicas. Albert Rivera ya va mostrando síntomas de impaciencia. Cuando Rivera se impacienta se pone a decir una cosa y la contraria. Hará todo lo que pueda y otros también lo harán porque dadas las circunstancias a ninguno de ellos se le pasa por la cabeza la idea de ir a unas terceras elecciones. La cuestión es que ahora son otros los interesados en que Rajoy no fracase, pues serán señalados otra vez como los responsables de prolongar una situación en la que además son ellos los que agonizan. El PSOE ha dicho que no apoyará a Rajoy y mantendrá esa postura mientras pueda, confiando en que lo consiga por otro lado.

Alguien se moverá, y no será Rajoy porque Rajoy jamás se ha movido y tampoco en esta ocasión lo necesita. Son otros los que necesitan apoyar a Rajoy, que se limita a abrir los ojos como un pez y a sonreír sin que nadie sea capaz de interpretar esos gestos porque no transmiten nada. No hay nada que descifrar. De hecho, si ya el intento de interpretar a Rajoy a través de sus gestos era un ejercicio inútil, más lo es ahora, que acostumbra a explicarse con frases carentes de todo sentido, como yo. Se ha blindado ante la expresividad.

Si alguien llega a Moncloa a hablar con Rajoy, tiene dos opciones: ofrecer todo su apoyo o asomarse a la ventana y aburrirse un par de horas junto a él, como aquellos pobres cortesanos que se aburrían con Luis XIII.

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