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El resucitado

EL 21 de octubre de 2015, falleció de un infarto mi amigo Manuel Modesto Doval, empresario y escritor. Su mujer, Maricarmen, trató de reanimarlo sin éxito mientras su hija llamaba a una ambulancia. Cuando llegó el equipo médico, se hizo todo cuanto es debido para reanimar a un infartado: respiración artificial, desfibrilador y así, pero no hubo nada que hacer. Doval estaba muerto y su cadáver se había vuelto azul como un pitufo.

La esposa, desconsolada, ya estaba buscando los papeles para enterrarlo y el médico cubriendo el parte de defunción. Habían pasado tres cuartos de hora desde el fallecimiento cuando de pronto el corazón de Doval arrancó de nuevo, dejando pasmados a todos los presentes. Los aparatos a los que seguía conectado, que habían indicado durante todo ese tiempo que no había signos de actividad cardiaca ni cerebral, empezaron a mostrar picos y a emitir pitidos.

Fue su hija la primera que lo notó: "Papá respira". Doval fue recuperando su color de cuando estaba vivo. Se lo llevaron en una ambulancia y poco después le dijeron a la familia que tal y como estaba, poco podría durar. Todos los amigos y parientes vivimos los siguientes días pendientes del teléfono ante la muerte inminente. Doval pertenecía a una asociación que presidía yo. Durante mi mandato, que ya venía durando más de dos años, una vez habíamos hecho una comida. Como balance de gestión no era gran cosa, así que tomé la segunda muerte de Doval como una oportunidad para hacer algo por la entidad. Reuní a todos los socios (éramos cinco, contando a Doval), y propuse comprar una corona de flores con una leyenda que habría de poner: "Tus amigos de Galicia Histórica", que tal era el nombre de nuestra asociación. El caso es que teníamos un saldo de cero euros, cantidad insuficiente para sufragar una corona. Y si teníamos que poner dinero de nuestro bolsillo, lo justo era que Doval pusiese su parte, pero nadie se decidía a llamar a Maricarmen y pedirle para una corona en memoria de su marido, y menos con Doval todavía vivo. El problema era que si encargábamos la corona una vez fallecido, perdería su condición de socio y su responsabilidad como pagador. Finalmente decidimos esperar igualmente a que muriera, comprar un ramo asumible y firmar en el libro de visitas.

Dice que no recuerda nada y que no vio nada. Ni túnel con luz al final, ni voces llamándolo, ni ninguna otra cosa

Pero las semanas fueron pasando y Doval, en coma inducido, no se moría. Los médicos le decían a la familia que empezaban a ver esperanzas de que el hombre finalmente sobreviviese. Pocos días después tuvieron claro que no se iba a morir jamás, pero que en todo caso quedaría en estado vegetativo, pues en los 45 minutos que había pasado muerto se le había secado el coco. Creo que lo dijeron con otras palabras. Su esposa empezó a hacer reformas en casa para poder mover a doval de aquí para allá.

Decidieron despertarlo, a ver qué pasaba. A los pocos días, Doval pidió tabaco y dijo que estaba pensando en escribir su cuarto libro. El hombre estaba perfectamente. Unas semanas después paseaba por Pontevedra como si nada. Los especialistas lo catalogaron como un caso del llamado síndrome de lázaro. La literatura especializada ha contabilizado en todo el mundo 25 casos desde 1982. Doval se hizo famoso. Toda la prensa de españa se hizo eco de su noticia. Meses después, paseando por Valladolid, se le acercó un hombre: "¡Coño, tú eres el resucitado!".

Ayer me lo encontré por la calle y me invitó a unas cervezas. Dice que no recuerda nada y que no vio nada. Ni túnel con luz al final, ni voces llamándolo ni ninguna otra cosa, pero que no sería mala idea decir que sí: que lo suyo fue un milagro y que durante su estancia en el más allá recibió un mensaje divino. Explotar su caso. Montar una secta para que la gente pague a cambio de escuchar sus profecías, o algo así. Habría que darle un par de vueltas, dijo Doval, para que la idea tomara forma. Yo estuve de acuerdo y me ofrecí como apóstol a cambio de un 40%. Me dijo que lo del porcentaje sería cosa de hablarlo, pero que no veía problema en llegar a un acuerdo beneficioso para ambos. Estos negocios hay que verlos venir. La idea, en principio, era extendernos por todo el mundo, empezando por el continente americano salvo Canadá, que es el país donde más nos costaría entrar. Pero de ahí hacia abajo, son gente muy religiosa.

Finalmente no se hará. Cuando volví a casa, quizá un poco tarde, y le comenté a mi señora que había estado con Doval y habíamos decidido montar una secta en la que él sería líder y yo haría de apóstol, se enfadó mucho, me preguntó si era tonto y me dijo que no, que no iba a montar ninguna secta con Doval, que cenara algo y me fuera a dormir. Pero reconocerá usted que como negocio, era un negoción. No creo que se pueda retomar la idea más adelante, pues imagino que a él también le habrán prohibido en casa liderar una secta dovaliana y sin él se cae el asunto. Montar una secta dovaliana sin Doval es una soberana estupidez.

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