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Generaciones

CUANDO UNO era joven en los ochenta lo que hacía era despreocuparse. Ya los que tenían 10 o 20 años más que nosotros se habían jugado la cabeza corriendo delante de los grises. El trabajo estaba hecho. Había llegado la democracia, gobernaba Felipe y todo lo que teníamos que hacer con nuestra vida era ir a conciertos de Viuda Gómez e Hijos o de Los Contentos. La Movida era más o menos eso. Era cosa de pasarlo razonablemente bien sin hacerse demasiadas preguntas. Es lo que tocó a aquella generación. Lógicamente había excepciones. Había gente que se centraba en sus estudios y otra más valerosa que se enganchaba al caballo, pero por lo general dimos una generación poco dada a los asuntos serios. Recibíamos algunas señales que no quisimos ver. Pudimos haber comprendido dónde nos estábamos metiendo, por ejemplo, cuando Krahe fue censurado en TVE por cantar que Felipe había mentido a toda España, pero estábamos demasiado ocupados bailando y persiguiendo el mar dentro de un vaso de ginebra, que a fin de cuentas era la función que se nos había asignado.

Los adultos nos exigían que madurásemos, que es algo que los adultos exigen a la juventud desde el Eclesiastés: "Quita, pues, de tu corazón el enojo, y aparta de tu carne el mal; porque la adolescencia y la juventud son vanidad". Pero claro, si no hacíamos caso a nuestros mayores ni a Krahe, íbamos a hacérselo al Eclesiastés.


El punto final a la Movida lo puso Fanny McNamara en el momento exacto en que arrojó un vaso a Manuel Soto


El punto final a la Movida lo puso Fanny McNamara en el momento exacto en que arrojó un vaso a Manuel Soto, alcalde de Vigo, mientras exigía a gritos la cocaína que al parecer alguien le había prometido. Lo que nos dejó Fanny fue la generación nini, lo que tampoco estaba del todo mal. No es que no hubiese paro, pero con un poco de suerte uno no tenía que irse a trabajar al extranjero. En cuanto a los estudios, eran aburridos y a nosotros lo que nos habían enseñado era a disfrutar de la vida sin preocuparnos de la resaca del día siguiente y eso se hacía de manera sorprendentemente eficaz.

Luego llegaron los mileuristas. Quién nos los diera hoy. La generación que hoy anda por la veintena, que es la que nos tocó engendrar a los nini, es una generación envejecida. En tres saltos pasamos de la juventud comprometida que luchaba contra la dictadura a esta de ahora, que es una generación perpleja que no ha conocido otra cosa que una crisis sin final a la vista. Ni siquiera tienen a una Fanny McNamara que tire un vaso a la cara de un alcalde mientras chilla como una loca pidiendo cocaína. No es que eso fuera a servir de gran cosa, como no nos sirvió a nosotros, pero al menos algunos y algunas levantarían los ojos y durante unos segundos verían algo que no fuera la pantalla de un smartphone.

Si usted se toma la molestia de hacer un repaso histórico, comprobará que la generación que hoy anda entre los veinte y los treinta se parece a las que a su misma edad vivieron una posguerra: jóvenes derrotados, tristes y hundidos. No se deje engañar: algunos son lozanos poligoneros; otros u otras se pasan la vida descargando aplicaciones o viendo programas sobre mujeres, hombres y viceversa. No lo hacen porque sean tontos: es que no tienen nada mejor que hacer. Saben que estudiar no les servirá de nada; saben que no encontrarán trabajo. No tienen una dictadura contra la que luchar ni una Movida que los divierta. Tienen la inteligencia suficiente para comprender que carecen de futuro. Ni siquiera tienen presente, y el pasado que les hemos dejado en herencia es un pasado insustancial en el que los héroes pedían a un ayatola que no les tocara la pirola. Viven una realidad aterradora. Son los hijos de quienes creímos que estaba todo resuelto y no hicimos nada de nada por ellos ni por nosotros ni por nuestros padres.

El caso es que de toda la vida de dios los mayores pedían a los jóvenes que madurasen, lo que viene a significar que exigían que se convirtiesen en adultos: que abandonaran la juventud para dirigir el futuro. Hoy, las nuevas generaciones están conformadas por maduros prematuros, casi viejos abandonados con unas expectativas inexistentes. La de hoy es la generación que mejor comprende cuál es su lugar. Saben que su legado será tan nefasto como el que han recibido, y saben que nada podrán hacer para evitarlo. Sus hijos y sus hijas serán los bisnietos de quienes lucharon contra la opresión; serán los nietos de Fanny McNamara. Serán los hijos de esta generación vieja y desconcertada. Serán ellos, Dios lo permita, quienes decidirán que su legado es una porquería y que si no cambian el signo de los tiempos, su descendencia no tendrá remedio.

Demos por perdida la actual generación y recemos para que la otra, la siguiente, recupere la cordura y pelee por volver a los tiempos en que se tomaba la Bastilla y se moría por el futuro. A fin de cuentas, tendremos que aceptar tarde o temprano que una Fanny McNamara no nace todos los días. Amén.

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