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No es asunto mío

Entre 2009 y 2015, en diferentes etapas, tuve ocasión de colaborar con una persona que representaba a un amplio colectivo de afectados de Afinsa. Mi cometido era el de procesar información referida al asunto y buscar argumentos favorables a su causa, tal como mi cliente quería plantearla. Si aparecía algo beneficioso, lo contaba. Si algo negativo, lo contrarrestaba. Para ello tuve que tragarme miles de informes, sentencias, dictámenes y artículos de prensa. El resultado de aquello fueron varios centenares de páginas en las que no se reflejaba mi opinión, sino la de mi cliente, pues la mía carecía de toda relevancia.

Entre los diversos grupos de afectados, algunos se habían echado en brazos de Ausbanc. Aquello resultaba chocante, pues Ausbanc había recibido de Afinsa más de un millón de euros antes de la intervención. En todo caso, no era mi asunto. La estrategia de Ausbanc, por otra parte, no parecía la mejor. Entre insultos a jueces y fiscales, el hoy encarcelado Luis Pineda defendía la tesis de que los responsables de Afinsa eran inocentes y que la intervención obedecía a una maniobra del Gobierno socialista y de la gran banca, con el silencio cómplice del PP. Pensaba yo que aunque aquello fuese cierto, tema en el que no voy a entrar ahora, no era muy eficaz defender a los estafados negando la estafa. Llegados al punto en el que estaba el proceso, el papel de Ausbanc debiera ser el de tratar de conseguir que sus defendidos recuperasen la mayor parte posible del dinero invertido en filatelia, y no me parecía a mí que aquel objetivo pudiera conseguirse por esos medios. Seguía sin ser asunto mío, pero en alguna ocasión intenté trasladar mis dudas a mi cliente, más para descargo de mi conciencia que por otra cosa.

En mayo de 2011, Manuel Conthe, quien fuera presidente de la CNMV, publicó un artículo comentando un libro de la periodista Cristina Caballero, ‘Fórum-Afinsa: sellos, estafas, dinero negro y 400.000 ilusiones rotas’. Conthe lanzaba una acusación durísima: “Resulta elogiable la claridad con la que el libro expone la tradicional actuación deshonesta de Ausbanc, una red de abogados de engañoso nombre (Asociación de Usuarios de Servicios Bancarios) que, como le he oído decir a muchas entidades de crédito desde tiempo inmemorial, las chantajea(ba) con la amenaza de atacarlas en sus publicaciones si no contrata(ba)n publicidad”.

Viniendo la cosa de quien venía, aquello parecía serio. Que un expresidente de la CNMV dijera que tenía conocimiento “desde tiempo inmemorial”, a través de los propios bancos, de que estaban siendo extorsionados, no era cosa como para pasar por alto. Comenté aquel artículo con mi cliente, que me dijo exactamente lo que yo ya sabía que me iba a decir: que Cristina Caballero era una mentirosa y Manuel Conthe más.

"Deja de poner las manos en el fuego por esa gente"

Pasado algún tiempo, Manos Limpias también se metió en el asunto. El propio Miguel Bernad y Virginia López Negrete entraron a saco con el apoyo mediático de Intereconomía y algún que otro digital. Por aquellos tiempos, algunos colectivos de afectados ya estaban totalmente alienados, envueltos en la trampa de Ausbanc y Manos Limpias. Estaba claro que el objetivo de los abogados era la defensa de los antiguos propietarios y gestores de Afinsa, y los intereses de las víctimas no eran en absoluto su prioridad. Sabiendo yo que mi cliente tenía constantes reuniones con Bernad y Pineda, una vez más le insinué que aquellas no eran buenas compañías. Era todo cuanto podía hacer, pues como siempre no era mi asunto. Mi cometido no es decir a mis clientes lo que tienen que hacer con su vida o con su dinero, ni dar consejos que no se me piden sobre asuntos personales que no me van ni me vienen. Mi trabajo era leer y escribir lo que me decían que tenía que leer y escribir, y eso lo hice de maravilla y a entera satisfacción de la parte contratante.

Durante algunas temporadas hablábamos casi a diario y llegó a establecerse una relación de cierta confianza. Yo iba viendo la deriva de los acontecimientos, nada favorable a los afectados, cada vez más envueltos en la red tejida por Pineda y Bernad. Sus continuos saltos adelante conducían a los afectados directamente al abismo, convertidos en dobles víctimas: de la estafa primero; de Bernad y Pineda después. Y lo grave era que sufrían una especie de síndrome de Estocolmo que los llevaba a adorar a sus secuestradores. “Son los únicos que nos defienden, Rodrigo”. Mis comentarios, siempre cautelosos y nunca solicitados, fueron en aumento, sobre todo en cuanto a la estrecha relación que mi cliente y algunos otros afectados mantenían con Bernad y Pineda, una relación absolutamente destructiva. Seguía sin ser asunto mío, no obstante, por lo que nunca insistí demasiado.

Hace unos días hablé con esa persona. Al conocer las detenciones de Bernad y Pineda y viendo que algunos de los estafados salían en su defensa, la llamé. Le pedí un favor: “Deja de poner las manos en el fuego por esa gente. Están en la cárcel. Abre los ojos de una vez”. Intentó disimular el llanto y dijo que tenía que dejarme, que ya hablaríamos. Ahí comprendí que sí era asunto mío. Lo ha sido todos estos años. Colgué y me eché a llorar yo también.

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