Opinión

De Daniel a Lelé

El establecimiento, ya convertido en Lelé de Noite, el día de su inauguración. JAVIER CERVERA- MERCADILLO
photo_camera El establecimiento, ya convertido en Lelé de Noite, el día de su inauguración. JAVIER CERVERA- MERCADILLO

La discoteca Daniel fue adaptándose a los tiempos como esas tortugas de las Galápagos que encontró Darwin y que viven siglos. Se abrió en 1970 y cerró con la pandemia. Eso fueron 52 años ininterrumpidos en los que la noche pontevedresa experimentó enormes cambios a los que siempre sobrevivía Daniel.

Hubo una época dorada de las discotecas en los años ochenta y primerísimos noventa. El cuarteto de oro lo completaban Equus, Shiva y Atlántida. Todas estaban siempre hasta arriba de clientela. Hasta que se descubrieron los pubs no había otra cosa que hacer de noche. Discoteca o casi nada. Había algún protopub como La Cabaña, siempre muy concurrida, que era para otro tipo de público. Gente a la que le gustaba el jazz y la música en directo y buscaba un ambiente más tranquilo para conversar o escuchar, no para bailar al ritmo de las canciones de moda, que era lo que hacía todo el mundo en las discotecas.

Equus era la brava, a la que iba uno cuando quería que le partieran la cara con razón. Tenía la sala más grande y era la que atraía a más público foráneo, gente que venía a Pontevedra para ir a Equus. Shiva era la discoteca de buena parte de los pontevedreses. El que iba a Shiva era para quedarse, pues las otras opciones estaban entre Equus, por un lado, y Daniel y Atlántida por otro. Estas dos últimas eran las peteuves. Tenían el mismo ambiente, la misma música y compartían también clientela. Atlántida era pequeña y se llenaba enseguida. Daniel era algo más grande, pero también iba sobrada, o sea que su gente iba de una a otra de ida y vuelta las veces que hicieran falta.

La Discoteca Daniel las vio morir a todas, incluyendo a Carabás y ahí siguió hasta el otro día 

También estaba Gólope, pero quedaba a desmano y ya no tenía nada que ofrecer a sus clientes, ni clientes a los que ofrecer algo, así que perdió fuelle y fue la primera en irse de nuestras vidas sin que nadie la echara mucho de menos. Luego llegaron los pubs: La Viga, Bowie, Viñetas. Fueron surgiendo como briznas de hierba en Pasarón. Era otra cosa. Si las discotecas eran las sucesoras naturales de las antiguas salas de baile, los pubs descendían de los guateques, que eran lo mismo que ahora se llama hacer botellón en casa pero con discos de vinilo.

El auge de los pubs se llevó por delante a las discotecas. De pronto se puso de moda ir a lugares menos masificados y el baile dejó de ser obligatorio para convertirse en una opción. La gente de barra también tenía más espacio que en las discotecas y todo se movía a un ritmo diferente. Mientras unas discotecas iban cerrando alguna otra abría. Licor Negro, con rock en directo y una música más cercana al rock auténtico que lo que se escuchaba en las radiofórmulas. Y entonces abrió Carabás. Una apuesta formidable para eliminar a las otras discotecas y competir con los pubs. Una discoteca vanguardista y enorme en Cobián Roffignac, en las barbas de Daniel. Pues Daniel las vio morir a todas, incluyendo a Carabás y ahí siguió hasta el otro día.

Sobrevivió cambiando totalmente de registro, dejando libre a la muchachada y dirigiéndose a un público más maduro que no tenía otro sitio al que ir y que encontraron en Daniel un lugar en el que bailar y socializar: lo que antes se llamaba ligar, vaya.

Ahora Daniel cierra sus puertas para reabrirse como Lelé de Noite con nuevos propietarios. Ojalá tenga el mismo éxito y la misma longevidad que su antecesora. La gente la llamará Lelé a secas, porque nadie va a decir: "Imos a Lelé de Noite!". Estos nombres siempre se abrevian. También Daniel se llamaba al principio Daniel Boone y le quitaron el Boone hasta del rótulo.

Sobre la discoteca Daniel se elevaba al principio una cafetería que ocupaba el bajo y la primera planta del edificio. Arriba tenían una tele enorme, unos sillones rojos de plástico, que era lo elegante en la época, y unas mesas orientadas hacia el televisor. Allí se juntaba alguna gente para ver la tele en compañía. Había dos cadenas, no como ahora, que hay millones, y se tragaban toda la programación de la Primera. Al fondo había otras mesas, ya ordenadas de la manera habitual y se jugaban partidas de cartas o de ajedrez, al gusto de cada cual. Y el bajo era lo que se dice una cafetería normal. Todo aquello cerró también hace años, pero ahí seguía la discoteca.

Honra a ese negocio, que fue transformándose a medida que las generaciones avanzaban y siempre estuvo ahí encontrando una salida. Y reiterada fortuna a los nuevos propietarios. Ese local siempre ha traído buena suerte a sus regentes. Que siga así es lo mínimo que podemos desear.

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