Opinión

El golpe


EL VÍDEO que está dando la vuelta a España, grabado por Santy Mosteiro, se convertirá en la imagen de la campaña. Acompañado de Feijóo y de Ana Pastor, Rajoy hacía un alto en Pontevedra para darse un relajante baño de masas. Creo que durante unos minutos se sintió aliviado mientras paseaba por su ciudad, quizá uno de los pocos instantes de esta convulsa campaña en los que finalmente conseguía un momento de tranquilidad, y puede que una de las pocas visitas a Pontevedra desde que es presidente en la que parecía sentirse a gusto, en casa, paseando por su ciudad.

Frente a él, a pocos metros, el líder local del partido, Jacobo Moreira, hacía una foto a la nuera de su edil Ricardo Aguilar, fallecido hace un par de meses. Ella iba acompañada de su hija. Cuando el agresor golpeó a Rajoy, las sonrisas tardaron un segundo en congelarse. Nadie reaccionó inmediatamente. La escena era tan insólita que todos aplazaron durante un instante la reacción, hasta que lograron creérselo.

Parece confirmado que el agresor padece brotes esquizofrénicos. Llevaba varios minutos merodeando por el lugar y ya había conseguido aproximarse a Rajoy para hacerle una foto antes de situarse a su lado, a medio centímetro. Quizá había advertido a algunos amigos de sus intenciones, pues los vítores que celebraban el suceso no parecían ser precisamente espontáneos. No suele haber por la calle media docena de idiotas esperando una agresión sorpresiva para ponerse a aplaudir. Rajoy preguntaba a sus escoltas cómo había podido suceder. Moreira se agachaba para buscar las gafas, que habían rodado por el suelo. Se llevaban al joven al interior de un comercio y poco después, esposado, lo introducían en un coche mientras él alzaba el pulgar, satisfecho, sonriente, como si acabara de liberar al mundo. No fue un puñetazo improvisado, o no lo pareció. La contundencia, la determinación y la destreza empleadas son impropias de un novato, bien que apenas lleve encima 17 primaveras.

Rajoy pidió tranquilidad y siguió el recorrido previsto hasta el hotel Rías Bajas, cuya cafetería frecuentaba cuando vivía en Pontevedra. Pero la cara de circunstancias de él y de los que le acompañaban eran muy descriptivas. Todos a su alrededor se preguntaban lo mismo que Rajoy. Cómo había podido suceder. El chaval, lo mismo que llevaba un puño cerrado, podía haber llevado una navaja.

El golpe en el rostro de Rajoy era perfectamente visible y las gafas no aparecieron o quedaron inservibles, pues llegó al mitin de A Coruña sin ellas. Los políticos de todo signo se solidarizaban con la víctima y lanzaban mensajes tan obvios que se hacían innecesarios: "Condenamos esta agresión intolerable. Las ideas no se defienden con violencia", como si no lo supiéramos todos salvo los cuatro colegas que jaleaban al joven, que lo que necesita es un tratamiento, no amigos que agraven su problema.

Hay tres elementos preocupantes en la escena. Uno, la posibilidad de que la agresión pueda condicionar la intención de un solo votante, o unos cuantos más. Si un único español cambia su voto, en el sentido que sea, lo hará impulsado por un joven cuyo mayor problema no es el haber agredido a Rajoy, pues la agresión es consecuencia de su enfermedad y no al revés; dos, que queda en el aire la pregunta que hizo Rajoy a sus escoltas y que se hicieron todos los testigos. ¿Cómo ha podido suceder? Si un presidente está expuesto a la agresión de un chaval que consigue ponerse junto a él y pegarle un tremendo puñetazo, es que los escoltas deben ser despedidos desde ayer mismo por incompetentes. Su única función es proteger a su escoltado y en eso fallaron estrepitosamente. Y finalmente, duele que haya sucedido aquí. Cualquier pontevedrés bien nacido, que somos todos menos tres, o siete, lamentamos que la imagen de la campaña, ésta, se haya producido frente a La Peregrina y a algunos sólo nos queda el consuelo de comprobar que en Pontevedra hay compañeros de todos los medios que hacen un excelente periodismo y lamentar que en otros sitios no sea así.

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