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LA CAMPAÑA DE COTA

"Esto es una tragedia". Me lo decía este miércoles una militante de base de un partido, da lo mismo cuál porque la sentencia la firmaría cualquier currante de base de cualquier organización. La mujer, desazonada, desarrollaba su tesis: "Cuando ya ni los que sabes que te van a votar se acercan a la carpa para coger un bolígrafo, un mechero o un globo, cuando pasan por delante y te ignoran, eso duele. O cuando ni se paran un segundo, te saludan a lo lejos y pasan de largo te preguntas si vale la pena. Luego ves que es difícil llenar una sala para 20 personas en una parroquia, que tus propios candidatos están aburridos. Todo es un coñazo, pero sigues ahí defendiendo aquello en lo que crees".

Así está la cosa. Tiene su lógica. En estos últimos meses, desde que sabemos que nos mandan otra vez a votar, no hay candidato o candidata que en público o en privado no haya reconocido que se está exigiendo al votante mucho más de lo que se puede pedir de una manera razonable. No hay mucha cosa que un candidato pueda decir que no haya dicho hace seis, cuatro o dos meses. Incluso los que tienen mucho que ganar, como los del BNG o los del PP, que saben que van a crecer, confiesan la dificultad de ofrecer algo nuevo.

El hastío, que para candidatos y votantes es insoportable, lo es mucho más para toda esa gente a la que se le pide un nuevo esfuerzo a cambio de nada: las voluntarias y voluntarios que meten papeletas en un sobre, que van buzoneando o pegando carteles, que colocan sillas en los mítines, que llaman por teléfono pidiendo el voto. Toda esa gente a la que se le pide que además dediquen un domingo entero a ejercer de interventores o apoderados en las mesas en la jornada electoral.

La gran mayoría de esas personas tiene vocación de servicio, pero vienen comprobando que de poco sirve su esfuerzo. Y ven también que la gente para la que ejercen el voluntariado está igual de desganada o más. Ni los líderes estatales, ni los autonómicos ni los provinciales ni los locales tienen ganas de hacer esta campaña, más que nada porque es una repetición desganada de las tres o cuatro anteriores. Justo es decir que Ana Pontón, por ejemplo, se está dejando la vida. En Pontevedra, que es donde me toca seguir el tema, María Ramallo, que se estrena como número uno del PP, es digna sucesora de Ana Pastor, una curranta que se trabajaba las campañas como nadie.

La política es muy dura para la infantería, pero mucho más cuando se le exige lealtad a cambio de nada

También es verdad que una y la otra se crecen animadas por las encuestas y saben que esta campaña, por aburrida que sea, puede dar un vuelco a sus resultados anteriores. Con todo y eso, al menos en esta provincia, son los del BNG los que se toman esta campaña como algo nuevo. En el PP se aprecia mucho más entusiasmo entre la candidata y su equipo que entre los votantes. En el BNG, por primera vez en la vida en unas generales, candidatas, militantes, simpatizantes y votantes parecen abordar estas elecciones como si fueran las primeras o las últimas, que viene a ser la misma cosa.

Los demás ejercen de Santa Compaña. Se pasean como grupos de gente maldita obligada a ejercer una función no deseada impuesta por el destino. Los entiendo. Ningún militante de base quería unas nuevas elecciones, venga a pegar otra vez carteles, a colocar sillas, a repartir bolígrafos, globos y mecheros, a suplicar que te recojan un tríptico en el que tu líder promete otra vez lo mismo que el otro día. La política es muy dura para la infantería, pero mucho más cuando se le exige lealtad a cambio de nada. Los partidos no suelen reconocer el trabajo de la gente joven o no tan joven, voluntarios y voluntarias que se dejan una y otra vez el tiempo robado a los estudios, al ocio, al trabajo y a las familias para echar una mano.

Si hay un terreno en el que se desprecia el trabajo del voluntariado es el político, porque es una labor poco agradecida por la sociedad y por los partidos. Cuando uno soporta una campaña por cuarta o quinta vez en dos años, lo primero que piensa es que el que le ofrece una pulserita o un caramelo con el logo de un partido es un pobre inadaptado que no sabe qué hacer con su vida, y ya no digamos cuando te presentas en el colegio electoral y ves a toda esa gente que ejerce de interventora o de apoderada y que curra 14 o 15 horas, hasta que acaba el recuento, sospechando que una vez más, eso no sirve de nada.

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