Opinión

Tristes y aburridos

LA PEGADA DE CARTELES va convirtiéndose en una tradición a extinguir, y está bien que así sea. Llegué con algo de retraso y ahí solo estaban los de Ciudadanos, PP y PSOE. Ni Nós ni En Marea-Podemos se aventuraron este año. Y los que estuvieron prescindieron de la habitual guerra de megafonía, que era lo único divertido del evento, cuando todos ponían sus himnos a todo volumen para ganar una primera batalla que nunca tenía luego nada que ver con el resultado electoral.

Este año la guerra se libra en las cadenas de televisión, donde los candidatos han demostrado que no poseen habilidades que vayan más allá de la actividad política: Pablo Iglesias sabe tocar la guitarra con nulo virtuosismo. Interpreta canciones hippies que pasaron de moda en los setenta. El otro día le cantó una nana a María Teresa Campos: ‘Duerne, negrito’, un tema con el que se pretende que un niño se duerma bajo el argumento de que su madre no lo puede atender porque está trabajando, e incluye una amenaza terrible: «Y si el negro no se duerme, viene el diablo blanco y ¡zas! le come la patita. Chacapumba, chacapumba, apumba, chacapumba». Si yo soy el negrito, una de dos: o no me duermo jamás o me duermo para siempre, que es lo que hace María Teresa Campos desde hace mil años; Soraya bailó de manera regular una coreografía ligera. Albert Rivera compitió en una carrerilla de kart; Pedro Sánchez encestó unas canastas. Rajoy se la jugó rompiendo el papel que cubría una empanada que hizo su suegra. Realmente, fuera de lo suyo, no saben hacer gran cosa y eso es preocupante. De un candidato se espera que tenga una vida propia, que sepa hacer algo, lo que sea, pero cuando intentan demostrarlo defraudan.

Los del PP venían de inaugurar su nueva sede, que está en la calle Palamios y es un local sobrio, a la altura de la España que les dejó Zapatero. Pusieron un pincho igualmente sobrio pero abundante. Por ahí estaban la ministra Ana Pastor, que encabeza la lista por Pontevedra y Pilar Rojo, su número tres. También estaba Alfonso Rueda, que parece el único que empieza la campaña en plena forma, quizá porque no se presenta hasta las autonómicas. Hicieron bien los populares en hacer coincidir la inauguración con el inicio de campaña, con lo que consiguen hacerse el hueco en la prensa que ya no da la pegada de carteles.

Los pocos que acudieron al evento de la pegada lo hicieron muy por debajo de sus posibilidades. Fue un acto triste, como las encuestas que se publican últimamente, que dicen que todos perderán. Las encuestas marcaban el ambiente. Una vez que los cabezas de lista por Madrid ya demostraron todo lo que saben hacer, que es nada de nada, la campaña se inicia con todos rendidos a la adversidad. Incluso los representantes locales de los partidos emergentes, que podrían dar por bueno cualquier resultado, pues a fecha de hoy no tienen representación parlamentaria, muestran en Pontevedra los rostros lánguidos de quien sabe que no va a ganar.

Antaño, cuando creíamos en el asunto, una pegada de carteles era una pegada de carteles. El entusiasmo que ponían unos y otros para chillar más que el vecino era esclarecedor. Hoy hay más fotógrafos que participantes, porque en la prensa seguimos creyendo que eso tiene interés informativo. Lo cierto es que a la gente hoy le importa la cobertura de una pegada de carteles mucho menos que una noticia sobre un vecino que ha cultivado una calabaza gigante. Sí tendría cierto interés que un candidato cultivara una calabaza gigante, mucho más que ponerlo a pegar un cartel, pues eso demostraría que quien aspira a gobernarnos posee una habilidad, aunque sólo sea una. De hecho, si usted se va a donde están los pocos carteles que se han pegado ayer, comprobará que nuestros representantes no saben ni pegar un cartel. No saben bailar, no saben cantar, no saben jugar al futbolín ni saben pegar carteles. Les quedan arrugados y las caras del candidato salen deformadas, como si cada cartel lo hubiera pegado un rival. No salen carteles, salen caricaturas, lo que en sí mismo es un acto de justicia.

La cosa se animará, o es deseable, a medida que pasen los días. De momento, la campaña empieza en Pontevedra con tan poca fuerza que ayer Iván Puentes y Guillermo Meijón, de puro aburrimiento, acabaron de charla con los del PP, que tampoco estaban especialmente entretenidos. Ahí trataron de animarse unos a otros sin demasiado éxito. Los de Ciudadanos, que no tienen con quien hablar, fueron los primeros en irse y lo hicieron como llegaron: en silencio, tristemente, reflejando como nadie la realidad, como una Santa Compaña, en plan novela de Fernández Flórez o canción de Los Suaves.

Así arrancó por aquí la campaña más reñida de la democracia, con todos tristes y aburridos, deseando que esto se acabe de una vez, que pasen los días hasta que llegue el 20D y ahí que Dios decida, pues el pueblo está más indeciso que nunca.

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