Opinión

Cocido de ranas

No caigamos en el conformismo, en la aceptación del bombardeo diario de propagandas que infectan nuestro día a día, el huir de la confrontación de pareceres porque estemos cansados aun antes de iniciar un debate racional. ¡No seamos consentidores!

HACE UN TIEMPO estoy subiendo una temática distinta de post a mis perfiles en redes sociales, y la verdad, estoy muy preocupada, ya que hasta yo misma a veces, siento padecer el síndrome de la “rana cocida”. La gente se queda con lo superficial, entrando a la gresca e impidiendo a sí misma ver el bosque por culpa de fijarse en los árboles. Pero eso es lo más cómodo, porque les da igual ahondar en la enjundia de la noticia. También me ocurre en conversaciones de diario, que al haber interactuación personal, me parece aun más grave.

Para legos en estas lides contarles que este síndrome de “la rana cocida”, o la consecuencia ante una actitud sobre un tema que, siendo “atacado” lentamente, los daños puedan llegar a no percibirse, y la falta de conciencia genere que no haya reacciones o que estas sean tan tardías como para evitar o revertir los daños que ya están hechos.

La analogía se toma del libro “La rana que no sabía que estaba hervida... y otras lecciones de vida” del escritor y filósofo franco-suizo Olivier Clerc, escritor de libros de autoayuda. En su libro el autor usa para describir este fenómeno, una analogía a la situación de una rana en una cazuela llena de agua a la cual se le va aumentando su temperatura lentamente, en donde la rana regula su propia temperatura y el aumento de la misma es tan lento que no puede percibirlo durante gran parte del proceso y para cuando perciba el peligro, ya no tendrá energía suficiente para saltar y escapar de la cazuela porque la habrá gastado en regular su temperatura para adaptarse al agua. Pues parece ser que es cierto este ejemplo, ya que si la rana entrase con el agua a altas temperaturas, habría saltado al percibir como un peligro continuar allí, y no se quedaría cociéndose poco a poco, como parece que nos está pasando a la humanidad conformista aceptando las casi infinitas posibilidades que los avances y el progreso nos ofrecen.

Este siglo XXI, lejos de confortarnos por los adelantos en la ciencia, en la tecnología, en la medicina, en la educación, en las novedosas posibilidades de disfrute etc.; un siglo en donde tenemos la posibilidad de informarnos sobre la verdad por la cantidad de fuentes documentales que nos permiten discernir sobre lo cierto e incierto, y en la libertad que deberíamos de disfrutar para dar consistencia a nuestros valores humanos, la realidad nos muestra en la inmensa mayoría de los casos todo lo contrario a lo que debería ser y podríamos hacer.

Comemos rápido y no saboreamos la comida; si nos preguntan lo que hemos comido difícilmente podríamos decir su sabor; y seguimos engullendo. Cuando es lunes, queremos que llegue el viernes, cuando acaba el fin de semana queremos que lleguen las vacaciones, cuando trabajamos queremos que llegue la jubilación, si nos preguntan sobre algo de lo que hemos sido informados, nos quedamos en la superficie, olvidando todas las oportunidades que tenemos de llegar al fondo de la cuestión. Ya lo decía John Lennon, “La vida es lo que pasa mientras estamos ocupados haciendo otros planes”, pero… ¿qué planes hacemos que ni tenemos tiempo de prepararlos?

Me da la sensación que en nuestro devenir diario, yo también me aplicado el cuento en no pocos casos, nos acostumbramos a una peligrosa rutina que nos engulle, exactamente igual que ese ascender de la temperatura que acaba “cociendo a la rana”.  Y el “Vivo sin vivir en mi”,parafraseando a santa Teresa, se convierte en rutina.

Por ejemplo, los bombardeos constantes y sin pausa a los que se nos somete en todos y cada uno de los momentos de nuestra vida, como cuando vivimos al lado de una tragedia aunque parezca que estemos a miles de kilómetros; será quizá porque las imágenes han ganado a los sentimientos y desayunamos, almorzamos y cenamos con escenas cada vez más espantosas inimaginables en el mundo del siglo XXI, acostumbrándonos guerras, asesinatos, catástrofes naturales, desgracias personales, migraciones, desazón en cuestiones  políticas que nos las “venden” como infectadas  sin antídoto, situaciones sociales que parecen no tener otra vuelta de tuerca…

Pues no es así, la humanidad si se caracteriza por algo es por el instinto de supervivencia, por una adaptación a la necesidad de los cambios, como nuestra propia evolución ha experimentado a lo largo de la Historia, no a lo que últimamente prima como es el acostumbrarnos y la dejadez. El ¡qué más da!, ¡todo es igual!, ¡todos son iguales!, ¿total?, ¿y yo qué puedo hacer? … Pues podemos hacer mucho, podemos hacer todo, pero tenemos que poner mucho de nuestra parte y, es muy necesario pisar el pedal del freno en nuestra cotidianeidad y parar un momento para tomar conciencia de lo que pasa, porque precisamente pasan cosas, que no son las que se nos venden como única solución. Hay otras y dependen de todos y cada uno de nosotros, ya que tenemos la capacidad “elección o elegir”. 

No podemos conformarnos con lo primero que nos ocurre, no podemos dejar que nos obliguen a creer que la información que nos llega es la única y absoluta, porque el ser humano tiene algo que, por desgracia no está en funcionamiento como debería, y es nuestro intelecto, nuestros sentimientos y nuestro espíritu, lo que nos diferencias de otras especies y lo que nos hace “humanos” No caigamos en el conformismo, en la aceptación del bombardeo diario de propagandas que infectan nuestro día a día, el huir de la confrontación de pareceres porque estemos cansados aun antes de iniciar un debate racional. ¡No seamos consentidores!

Es necesario que tomemos conciencia de lo que está pasando a nuestro alrededor. No nos conformemos con quedarnos en nuestro área de confort y seamos capaces de discernir entre lo que realmente importa y lo que no; ya que la sobreinformación a la que estamos sometidos por todos los medios de comunicación, especialmente a las aparentemente “todopoderosas” redes sociales y cauces digitales, incluso a la interacción con otros que son parte de este mundo que se desarrolla a velocidades vertiginosas, impidiéndonos en la mayoría de los casos parar un momento a pensar y desmenuzar la información recibida; porque eso nos convierte en esa rana que no se inmuta a la temperatura que va aumentando, y así, en vez de un mundo más humano, este planeta tierra se convertirá en una olla repleta de un cocido de ranas.  

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