Opinión

¡Felicidades majestad!

COMO DECÍA Pilar Urbano en su libro "La Reina", Doña Sofía es una gran mujer, una gran señora, y una gran Reina; a lo que de mi cosecha añadiría, como ninguna.

Sofía Margarita Victoria Federica Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glücksburg, nacía un 2 de noviembre de 1938 en el Palacio Real de Tatoi, en Psykhikó, cerca de Atenas. Llegaba al mundo como princesa de Grecia y Dinamarca. Pero no sería hasta 1975 cuando se presentaba ante el gran público como Reina, acompañando a su marido en la llegada al Trono de España, cuando juraba su dignidad como Juan Carlos I ante las Cortes españolas.

Este pasado jueves me imagino que en la más estricta intimidad, y haciendo gala de esa discreción que os caracteriza, habréis celebrado vuestro cumpleaños; pues desde aquí se os desean felicidades.

Mucho se ha hablado del nivel de profesionalidad de Doña Sofía, hasta su marido lo ha reconocido en varias ocasiones. Yo la verdad soy de las que cree que la palabra Reina se inventó para ella.

Doña Sofía supo desde siempre y como nadie manejarse entre las encorsetadas reglas del protocolo, pero con tal encanto y naturalidad que lo que transmitía a los demás era una mezcla de sobriedad y cotidianidad tal, que solo habita en el ser de las más grandes. No en vano, es la única testa coronada en la actualidad y en el mundo que, es tataranieta de zares, bisnieta, nieta e hija de reyes, hermana, esposa y madre de rey, además de abuela de una futura reina.

Pero aunque parezca lo contrario, Doña Sofía no ha tenido una vida de cuento de hadas, y no me refiero a los hechos más cercanos acontecidos en su entorno familiar (los quebraderos de cabeza de una hija en boca de todos y sentada en un banquillo de acusados, además de un yerno de lo más sinvergüenza y que quizá acabe con sus huesos en la cárcel), porque todo comenzaba cuando siendo niña vivió su primer exilio, teniendo que dejar su Grecia natal por la invasión nazi.

Así iniciaba su periplo por Egipto y Sudáfrica que, acabaría con su establecimiento en Londres hasta finales de la Segunda Guerra Mundial. No volvería a casa hasta abril de 1946, un año antes de la ascensión al trono de Grecia con la proclamación de sus padres los Reyes Pablo y Federica de los Helenos.

Pero Doña Sofía tampoco era una princesa cualquiera, ya que su amplia formación comenzó en internados alemanes, pasó por la puericultura, hasta llegar a la universidad de Cambridge, y continuando sus estudios en Humanidades en la Universidad Autónoma de Madrid, que finalizó en 1977 siendo ya Reina. Se maneja de forma fluida en cinco idiomas, es Doctora Honoris Causa por la Facultad de Derecho de la Universidad de Oxford. Y aquí algunas curiosidades sobre ella, su pasión por la arqueología, por los animales y por el mar, esta última compartida por el que sería su marido y por sus hijos, de ahí que formase parte del equipo heleno de vela en las Olimpiadas de 1960.

Esta mujer de carácter férreo y ternura innata, conoce al que ocho años después sería su marido Juan Carlos de Borbón y Borbón en el crucero Agamenon en 1954, viaje que había organizado su madre la reina Federica con el objetivo que "encontrasen pareja" los solteros de oro del Gotha. Pero la chispa no surgiría hasta su reencuentro en la boda de los duques de Kent en mayo de 1961. Rauda y veloz llega la petición de mano el 13 de septiembre de ese mismo año, y la gran boda se celebró en Atenas el 14 de mayo de 1962. Por cierto, una curiosidad de la boda, el batallón militar de la Armada Española enviado a la capital griega, fue capitaneado, por el entonces oficial y hoy ya fallecido Señor de la Casa de Rubianes y Marqués de Aranda, Grande de España, Don Gonzalo Ozores y Urcola, dueño del Pazo de Rubianes que todos conocemos por su jardín de excelencia internacional, sus cientos de variedades de camelias.

Tras su enlace matrimonial, no exento de importantes altibajos, Doña Sofía comienza una muy importante andadura junto a Don Juan Carlos, un camino que ya dura 55 años y, en donde todos los monárquicos y la práctica totalidad de los que no lo son llegamos a una misma conclusión, Reina como ella, solo ella.

Su familia crecía al tiempo que la democracia en España, y ella supo anteponer en muchas ocasiones su papel de soberana al de mujer y madre, y hacerlo para acompañar a su marido "al paso" en la difícil tarea de unir a todos los españoles para emprender juntos la transición y la consolidación de la democracia en España. Ese mismo país que tan difícil se lo puso a su llegada como princesa, pero al que se ganó con prudencia, cariño y total entrega.

En esos casi 40 años, Doña Sofía ha ejercido mucho más que el papel de consorte del Jefe del Estado, porque ella ha sabido a la perfección asistir a la transformación de España en lo político, económico, social y cultural. A nadie se le ocurría llamarla de otra manera que no fuese, la Reina.

Y es que ahí estaba ella sola o al lado de su marido el entonces Rey. Doña Sofía no fallaba nunca cuando realmente se la necesitaba, esa siempre estaba. Y sabía estar, y sabía vestir, y sabía a la perfección cuál era su papel y cual su sitio.

Su aparente distancia se diluyó a través de su trabajo en pos del interés por iniciativas sociales que no se limitan a prestar soluciones a situaciones individuales. Las actividades en las que participa se extienden también a temas de investigación científica y a la promoción de iniciativas y acuerdos de cooperación diseñados para prevenirlas o paliar sus efectos. Su empeño en la creación de microcréditos para que mujeres de países subdesarrollados salieran de la pobreza extrema, ha sido reconocida y alabada en no pocas ocasiones en las Naciones Unidas.

Por todo lo que les he contado y lo mucho que me queda por contar, os queremos y admiramos.

Este año, como en muchos venideros, cada 2 de noviembre y por vuestro cumpleaños espero poder seguir deseándoos, ¡felicidades Majestad!

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