Opinión

El gran legado heleno

VIVIENDO EN un período donde se reniega de no pocas tradiciones, de carencia de valores y, de no poco desconocimiento y tergiversación de la Historia; lo que no tendríamos que olvidar es lo mucho que le debe la cultura occidental a los antiguos griegos, ya que el legado que nos dejó esa civilización repercute aún hoy, con influencia en sectores tan distintos como la política, la medicina, la geometría, la física, la arquitectura y el teatro, entre otros; y cómo no, en el deporte; ya que los griegos plantaron la semilla de lo que hoy conocemos como Olimpiada.

Por ello hoy, fecha de finalización de los Juegos Olímpicos de Tokio, he querido dedicar este artículo de opinión al mayor evento deportivo de la humanidad, el cual y desde finales del siglo XIX se celebra cada cuatro años, (en este caso 5 debido a la pandemia); y en especial a los 204 países que han participado, así como a los 998 hombres y 912 mujeres al completo; porque vuelvan a casa o no con una medalla, aunque parezca un tópico, lo importante es participar.

Y retornando a la herencia "helena" otro de esos grandes legados que nos deja la Antigua Grecia es su prolífica mitología, la cual atestigua que el germen de lo que hoy conocemos de los Juegos Olímpicos tuvo su origen gracias al gran Hércules, hijo del dios griego Zeus, y la mortal Alcmena; el mismo que decapitó al gigante Gerión (según relató Alfonso X el Sabio), para edificar los cimientos de la Torre de Hércules sobre su cabeza; hoy el faro más antiguo del mundo que preside la preciosa ciudad de La Coruña, fundada también por este mítico «semidiós», y que debe su nombre a Coruña, la primera mujer que la habitó…O que a Hércules enamoró…

Pero volviendo al inicio de los juegos, tal y como nos la hizo llegar el poeta Píndaro, el relato cita de nuevo a este majestuoso ser, quien en la Era Antigua y alrededor del año 2.500 a.C., con la intención de homenajear a su padre Zeus, después de completar sus 12 trabajos, y construir el estadio olímpico en su honor instaura unas competiciones que, abandonando el mundo feérico de la mitología y aterrizando en la Historia veraz, los primeros registros reales de la celebración de estos juegos datan del 776 a.C., época en que los vencedores comenzaron a tener sus nombres registrados. Precisamente fue en ese período cuando se acuñó el término Olimpiadas, el cual surgió tras una alianza entre Ilia, Pissa y Esparta que fue sellada en el templo de Hera, localizado en el yacimiento arqueológico de Olimpia.

La importancia de estas celebraciones era tal, que aun en tiempo de guerra si coincidía el período en que se disputasen los Juegos, habría una tregua en toda Grecia. Un ejemplo lo encontramos durante la Guerra del Peloponeso, cuando los rivales dejaron las diferencias de lado para competir en los Juegos.

La tradición, sin embargo, sufriría un duro golpe con la invasión de los romanos a Grecia, en el 456 a.C. El espíritu olímpico disminuyó con el pasar del tiempo y las competiciones pasaron a ser encaradas como meros combates. Así, la última Olimpiada de la Era Antigua fue realizada en el año 393 a.C. El emperador Teodosio I canceló los Juegos, tras prohibir la adoración a los dioses. Terminaba allí un período de competiciones notables de la historia griega, con 293 ediciones de los Juegos Olímpicos antiguos.

Lo que hoy conocemos como Olimpiada, volvería a tener la importancia merecida en 1896, con la asistencia de 750.000 espectadores que presenciaron en el estadio Panathinaikos de Atenas los primeros Juegos Olímpicos de la Era Moderna con la participación de 241 atletas de 14 naciones. Todo ello gracias al tesón y empeño de Pierre de Coubertain, quien en 1892, en la reunión de la Unión Deportiva en París, presentó por primera vez la idea de reinstaurar los Juegos Olímpicos; aunque tuvo que volver a insistir en 1894 en el Congreso Internacional de amateurismo, celebrado en la Sorbona; consiguiendo, entonces, un voto unánime para la recuperación de los Juegos; año en el que además había fundado el Comité Olímpico Internacional en París, entidad que presidió hasta su dimisión en 1925, cuando fue nombrado presidente de Honor.

Sea como fuere el origen, con leyenda o no, la realidad es el necesario reconociendo a la iniciativa de los griegos. De ahí que la llama de la antorcha olímpica siga siendo prendida en Olimpia, (Grecia), en memoria de los Juegos Olímpicos Antiguos y en las ruinas del Templo de Hera. Ello ocurre meses antes de la celebración de los Juegos y con ello comienza el recorrido de la antorcha que finaliza con el encendido del pebetero olímpico durante la ceremonia de apertura.

Mi felicitación a todos los medallistas, en especial a los 316 deportistas (188 hombres y 138 mujeres), que componen la delegación española que han conseguido igualar el medallero de Río16 con 17 metales (3 oros, 8 platas y 6 bronces) y 36 diplomas olímpicos. Datos cerrados a jornada nº11 de los JJOO, y a expensas del partido de waterpolo masculino que nos podría dar la medalla número 18.

Pero este artículo se lo dedico a ellas, porque en la Antigua Grecia las mujeres tenían un torneo propio, disputado poco antes de las Olimpiadas, en el mismo estadio de Olimpia, y que era bautizado como Heraea, (en homenaje a Hera, la esposa de Zeus); pero no era lo mismo, ya que estaban vetadas en las competiciones olímpicas que no podían siquiera asistir como público a las disputas, con la excepción de las sacerdotisas de Deméter.

Así que va por todas y cada una de las 912 participantes, y en especial para las nuestras, las gallegas. Las que con su dedicación, trabajo duro y sacrificio extremo han emulado a aquellas todopoderosas titánides; me refiero Ana Peleteiro, Teresa Portela, Tamara Echegoyen y Antía Jácome; las cuales, como Coruña, habrían dejado embelesado al mismo Hércules.

Todas y cada una de ellas fieles espejos de la armonía cultivada en los antiguos gimnasios griegos; en definitiva, ejemplos de los valores olímpicos del gran legado heleno.

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