POR CAPRICHOS de los astros, la fecha de mi nacimiento cae justo en medio de libra y escorpio. Así pues, aunque luzco un carácter típicamente escorpiano –analítico y sensible pero también esquinado y difícil de acompañar en el amor, según leo por ahí–, en un buen puñado de horóscopos cuento con la opción de elegir cuál de las dos predicciones me conviene más. Si, tal y como revelan los arcanos, tendré que hacer acopio de paciencia porque voy a encontrar pequeñas piedras interponiéndose en mi camino o si, en cambio, debo estar feliz e ilusionado porque a partir de ahora se iniciará una época más fructífera para mi en lo profesional y –cruzamos dedos– en lo sentimental.
Podría caer en la tentación de creer que esta coincidencia zodiacal significa, en el fondo, que cada uno es capaz de forjarse su destino; que no hay nada escrito y todo –o casi todo– depende de nuestra propia voluntad. Una victoria del libre albedrío frente al tiránico determinismo que dicta que nuestro porvenir está escrito de antemano.
Pero no. En realidad es mejor que todo eso. Es la posibilidad de nadar y tender la ropa al mismo tiempo, de poder navegar entre dos aguas sin mojarme. La clave para medrar en sociedad.
