Opinión

Más bonito que un gol

iquelme, en su caño a Izquierdoz sin necesidad de tocar la pelota. EP
photo_camera iquelme, en su caño a Izquierdoz sin necesidad de tocar la pelota. EP

NO SOY de ver recopilatorios de goles. En cambio, los de controles me dejan embobado. Hay uno de Zidane con el que la baba se me cae sobre el teclado. Los vídeos de caños también me alucinan. Es un regate relativamente sencillo –los privados de cintura recurrimos a él–, pero, ejecutado con elegancia, no lo hay más destructivo, por humillante. Hace poco descubrí uno maravilloso de Riquelme, un experto en esta suerte, en un Boca-Lanús. Fiel a su cadencia parsimoniosa, espera el balón y amaga con golpearlo. Y sin embargo no toca la bola y deja que corra entre las piernas de un tal Izquierdoz para que la reciba un compañero. La última frontera: el caño por omisión.

Mi amigo Raúl, que es el mejor jugador de fútbol sala que he conocido, defendía precisamente que lo más bonito de este deporte no era marcar goles, sino hacer caños. Que el defensa quede arrugado por la vergüenza, que se escuche ese "¡ooooh!" de la grada capaz de destruir carreras. El caño es una victoria por KO, es euforia desatada, es un beso dulce en mitad de la noche. Aunque no menos cierto es que, por mucho que diga, hace unos días mi amigo Raúl también se reventó un dedo pateando el banquillo por la rabia de una ordinaria derrota.

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