Opinión

¡Selfie!

HACE UN par de días, despaché media hora descrifrando las letras que una camarera se había tatuado en el antebrazo con preciosa caligrafía cursiva. Después de aplicar todas mis tácticas de mirada con disimulo, dignas de agente del Mosad, conseguí descifrar en ellas una de las citas de la película 'Hitch, especialista en ligues': "La vida no se mide por las veces que respiras, sino por los momentos que te dejan sin aliento". Un clásico de los 'memes' motivacionales de Facebook. De hecho, es tan insistente su empleo en el amigable Gran Hermano voluntario de Mark Zuckerberg, que la frase se ha desactualizado: "La vida no se mide por las veces que respiras, sino por los 'Me gusta' que te dejan". Ya está, a la medida del homo sapiens 2.0.
 
Hay cierta paradoja en las redes sociales: no cabría entender el bombardeo público de pies mirando al mar y fotos de gin-tonics al trasluz como un acto de narcisismo desaforado, ansioso de demostrar lo sofisticada, lo divertida y lo épica que es la vida del usuario —que también—; sino casi más como una operación de caza instantánea de serotonina, la gratificante hormona que segrega el cerebro cuando recibimos un refuerzo positivo por nuestras acciones —o cuando se eyacula, entre otras cosas—. Al fin y al cabo, en el antiguo mundo analógico, los diarios solían escribirse con la velada esperanza de que alguien acabara leyéndolos. Pero, en ocasiones, el deseo de este sucedáneo de abrazo o de cariñosa palmadita en la espalda lleva a adoptar medidas desesperadas. De ahí que la sección de curiosidades de los periódicos discutan encarnizadamente el dilema del siglo, librado en torno a estos intrépidos cazadores de 'likes': "Una chica se salva de morir ahogada gracias a su palo selfie" —de una situación provocada por no soltar su palo selfie pese a las embestidas de las olas, subtitulo— versus "Cómo evitar el selficidio" —es decir, la práctica de la autofoto en zonas especialmente arriesgadas, como bordes de acantilados o encierros de San Fermín—.
 
Precisamente, el palo selfie desencadena nuevas preguntas y paradojas: ¿es una vara que sujeta un espejo negro destinado a reflejar nuestra irresistible imagen? ¿O es un brazo extensible que ayuda a suplicar ese abrazo virtual en la distancia? El caso es que, a propósito de este último interrogante, uno tiende a pensar que el anhelado abrazo nos queda cada vez más lejos. Marcando la distancia con el palo, ya ni siquiera confiamos en un ojo y una mano cómplice que nos pueda retratar tan guapos como queremos.

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