Opinión

El aspirante

El dirigente de Podemos Pablo Iglesias, que contestó con monosílabos a la posibilidad de pactos tras reunirse con Sánchez en la Moncloa, va recuperando la voz y la memoria y ya solo le falta poner nombre al ministerio que va a ocupar a cambio de apoyar la investidura. La contundencia con la que da por hecho el gobierno de coalición suscita pocas dudas sobre el futuro, pese al explícito rechazo de destacados miembros de la dirección del PSOE. Es sobre todo su apoyo cordial a los independentistas catalanes lo que más temen dirigentes como Ábalos o la propia vicepresidenta Carmen Calvo, escarmentada de las difíciles negociaciones con los rechazados presupuestos últimos. Como muestra de que los intereses generales siguen estando supeditados al interés electoral, en este fin de campaña, solo hay que ver el escándalo organizado en la mesa del Congreso por la suspensión de los políticos presos de ERC y de la lista de Puigdemont. Cierto es que Meritxell Batet podía, nada más acabar el pleno de acatamiento a la Constitución, haber pedido el informe preceptivo a los letrados de las Cortes y no dilatar el proceso en un intento vano de devolver el conflicto al Supremo. Pero demasiada celeridad habría perjudicado los intereses electorales del PSC y, además, sus socios de Podemos no apoyaban. Ada Colau se juega mucho y la ambigüedad siempre ha sido su baza.

Al final los presos han sido suspendidos como marca la ley, el PSOE se ha visto obligado a votar con PP y Cs y a Podemos le ha salido gratis. La pregunta es si con semejantes compañeros de viaje, que ni siquiera en un caso de clarísima aplicación del Estado de Derecho son capaces de actuar con acuerdo a la ley, se puede formar un Gobierno. Porque un Ejecutivo es un órgano colegiado donde las decisiones se adoptan por unanimidad y no caben los versos sueltos. Hay evidentes divergencias entre los programas políticos del PSOE y de Podemos. ¿Va a ser capaz Pablo Iglesias de contener su proverbial incontinencia verbal y no apuntarse todos los tantos de las medidas sociales aprobadas por el nuevo Ejecutivo?. Cuando algo no les guste a alguno de los nuevos ministros del sector Iglesias, ¿lo van a contar a los medios? ¿Va a ser el Gobierno de coalición una jaula de grillos similar al hemiciclo del Congreso en la primera sesión, cuando unos pataleaban mientras otros utilizaban fórmulas pintorescas en sus aborrecidos juramentos? Lo cierto es que Pedro Sánchez necesita los votos de Podemos para su investidura y que Iglesias ya ha dejado claro cuál es el precio a pagar. El PSOE también puede armarse de paciencia y llevar su independencia al límite. Puede que Sánchez no salga investido ni en la primera ni en la segunda. Pero, sabiendo que no hay alternativa posible en los bancos de la derecha, resulta casi imposible imaginar que Podemos asuma el coste de la convocatoria de unas nuevas elecciones donde sería duramente castigado por la ciudadanía.

Sánchez, acostumbrado a mandar desde su éxito en la moción de censura, debe medir muy bien las dificultades de una lucha de egos en Moncloa. Cree tener el viento a favor y la suerte en la mano. Sin embargo una precipitada equivocación puede cambiar las tornas y hacer esta legislatura inviable.

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