Opinión

Lección francesa

HA TENIDO que llegar a la contienda municipal un exprimer ministro del Gobierno de Francia para demostrar que la política es el arte de lo posible. Que pactar no es deshonroso, ni vergonzante, y que se pueden ofrecer el apoyo a cambio de nada por el bien común. Algo tan sencillo y tan simple que se lleva haciendo en las democracias europeas casi desde el final de la segunda guerra mundial... ¡y mira que ha llovido!

Porque los posibles pactos, a los que obliga un voto muy fraccionado, están mostrando la peor de las caras de determinados grupos políticos que hacen de su apoyo un chantaje al contrario. Si no te sientas conmigo, clama Vox dirigiéndose a Rivera, dejaré que siga siendo alcaldesa una feminazi como Carmena. Al parecer les da igual contravenir la voluntad explícita de sus votantes, es una cuestión de honra. Y la honra, como en los tiempos de Don Pelayo, la tienen tan alta, tan alta, que casi no le dan alcance.

Al otro extremo del espectro, Pablo Iglesias, sigue enrocado, pese al batacazo electoral, en entrar en el Gobierno. Es una cuestión de supervivencia en una formación que se desangra y donde los cuchillos vuelan rasantes. Pero su empeño personal nunca debería empujar a este país, que sale de un largo, costoso, pesado e interminable proceso electoral, a tener que repetir elecciones. Es muy triste verse obligado a dejar la primera línea (no hay más que ver el llanto inconsolable del que ha sido estos cuatro años alcalde de A Coruña y que ahora tiene que volver a la docencia), pero en política, cuando se pierde, hay que tener el coraje de dar paso al siguiente. Y no valen excusas de "yo hice muy buenos debates electorales, yo remonté unas predicciones adversas, han sido los territorios los que han fallado...", como defendió en la inefable entrevista realizada por el compañero Monedero.

Por su parte Rivera, que está en trance de superar el trauma de no haber sobrepasado al Partido Popular, oye cantos de sirena de todas las esquinas y vuelve a ser, mal que le pese, el comodín ajeno. Es verdad que Valls, su aportación más brillante en los últimos comicios, siempre fue por libre; pero, su oferta a Colau, sin consultar a nadie, ha sobrepasado todos los límites de la paciencia en Ciudadanos. Como es imposible reconducirle, se han visto obligados a ofrecer apoyo al candidato socialista Collboni, al que calificaban de independentista encubierto hasta hace unos días.

Dado que hasta el quince de junio no se eligen a los nuevos alcaldes, convendría que los dirigentes de los partidos obligados a entenderse abandonaran las declaraciones extravagantes. Es verdad que la sucesión de acontecimientos hace que la memoria se deshaga de lo accesorio, pero queda la hemeroteca y, una vez cerrado el necesario pacto, sentirán vergüenza ajena de lo que se dijeron para acabar codo con codo compartiendo el poder.

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