Opinión

La colección otoño-invierno

LA PRIMERA vez que jugué al fútbol lo hice en un campo de hierba, que no césped, en el que los cuidadores eran ovejas. En Currás, una aldea de Tomiño. Era noviembre y el terreno de juego no tenía peor aspecto que el del actual Pasarón. Las ovinas eran diestras en su cometido. Y aunque no les divertía la ingestión de toda la clase de forraje que brotaba de aquella tierra, lo que en algunas zonas del campo provocaba diferentes alturas y una innegable irregularidad de la superficie, hacían un buen trabajo.

Fue hace 30 años, por lo que pueden estar seguros de que llovía más que ahora. En invierno el sol era un desconocido. Cada vez que huía de las nubes, la gente de ojos claros lloraba, y no de emoción, sino por su sensibilidad a aquella luz traicionera y bendita que calentaba el ambiente.

Niéguense a creer que el consejero Manuel Ruibal y los operarios del Pontevedra son más torpes que aquellas ovejas. Saben lo que hacen. De hecho, conocen lo que le sucede al campo granate. Y también como solucionarlo. Pero haber definido el problema y la forma de acabar con él no implica que lograrlo sea barato.

Pasarón está así porque el día que construyeron el rectángulo de juego lo hicieron de una forma inapropiada y con materiales de baja calidad.

Ruibal, que es de esos consejeros que se remangan a diario y bajan a la mina, si es necesario, para solventar los contratiempos que se plantean, se ha roto la cabeza para mejorar el campo. Si él no ha podido, la conclusión es que habrá que realizar actuaciones costosas para conseguirlo. El club debería dejar de invertir en plantilla y hacerlo en su campo, o convencer al dueño de la instalación, el Concello, de que lo haga, o a su principal patrocinador, la Deputación. Hasta entonces, acostúmbrense al barro de la colección otoño - invierno.

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