Opinión

Óscar Guimeráns

ÓSCAR GUIMERÁNS siempre ha tenido algo especial como jugador y persona. Naturalidad. Guimeráns actuó en el Pontevedra de Segunda B de 2007 a 2009. En aquella época, en la que todavía se movía mucho dinero y se respiraba a egolatría en todos los rincones de cada vestuario, se agradecía su sincera proximidad fuera del terreno de juego. Aquella humildad y pureza poco comunes en el fútbol de entonces se veían en él como en Fran Rico o Mikel Saizar, por nombrar a algunos otros de su especie. A Óscar Guimeráns le dijeron el otro día que tenía que volver a operarse de un estúpido y tenaz tumor desmoide contra el que lleva luchando ocho años. Cada vez que creía que lo había derrotado, se le volvía a reproducir, intentando abatir su cuerpo y su voluntad. Es posible que haya mermado al primero, pero nunca podrá con la segunda. La fortaleza de Óscar se forjó contra los silbidos de Pasarón. Alguien que ha sobrevivido con 20 años a la censura de la afición más dura y exigente del mundo no se tambalea ante nada ni nadie. Por eso, al enterarse de que debería volver a pasar por el quirófano para seguir luchando en inferioridad de condiciones contra su parásito, levantó su frente, le echó dos ‘cojones’ y se dijo a sí mismo, al bicho y al mundo entero que no se iba a rendir jamás. Para empezar, ha optado por seguir adelante con el Portonovo, el equipo al que entrena, para llevarlo a la salvación en un año de sobresaltos. Viendo su comportamiento, uno entiende de qué hablan en la tele cuando mencionan que los deportistas deben ser un ejemplo para los niños. Se refieren a Óscar Guimeráns. Por eso, si algún día soy padre, espero poder presentárselo a mis hijos, contarles su historia y que, con su actitud, me ayude a enseñarles cuál debe ser el camino a seguir.

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