Opinión

El elepé

TRAS UNOS días infructuosos en busca de una guitarra acústica, tropiezo con la noticia del sonoro subidón de las ventas de elepés. Sí, el mismo, el Long Play aquel que dejamos de pedir al creer que los libretos del CD eran lo más. El mismo que presidía en lo alto las columnas musicales y cuyas notas abandonan los surcos vía diamantes o puntas de zafiro para llegar a nuestros oídos. Ese producto con valiosas portadas censuradas que marcó un hito en la cultura popular está de vuelta, y vuelta. En el Reino Unido son muy suyos, y en 2016 despacharon más de 3,2 millones de discos en vinilo. Probablemente en España pronto se alcancen los 300.000, lo que no es poco porque, igual que para leer o elevar a categoría de noticia un hecho relevante hay que acudir a la letra impresa de un periódico, cuando un músico apuesta a lo grande por su obra, la estampa en vinilo. El tocadiscos sale de sus guetos, del ‘nicho’ de mercado, a la velocidad que el Compact disc sucumbe al mp3 y otros formatos de descarga online para consumo rápido. Puede que solo sea una señal para los amantes de la música, pues el 95% de la distribución de música es digital, y habrá quien lo vea un gusto por remover escombros pero en otros ámbitos también se tiende a recuperar la calidad tras 25 años de experimentos. Volver a la alta fidelidad se parece a ese derecho francés a desconectar del móvil y del email e indica el gusto europeo por veteranas parcelas de la vida.

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