Opinión

Esperpentos y peajes

POR UN momento creí que Galicia volvía a ser el país de las maravillas. Los teletipos soltaban buenas noticias, como si desde Moncloa y San Caetano hubieran dado barra libre de buen rollo: hay que negociar la supresión del peaje entre Vigo y Redondela, el Brexit puede ser una oportunidad para pescar más y nos librarían del fantasma del Casón en las profundidades. Todo muy de cara. Hasta se amplían los bloques de la subasta de interrumpibilidad que pueden arreglarle un 2017 tranquilo a Alcoa, lo que indica que el nuevo ministro de Energía entra con buen pie gracias a su hermano.

Hasta que el día de ayer comenzó a enfriarse y volvimos a toparnos con el esperpento de la A-8. Por toda respuesta a las nieblas, vientos y conductores borrachos o despistados que se cuelan en la Transcantábrica, a los administradores del Fiouco no se les ocurre otra cosa que controles remotos y paneles de aviso. Como para no tener que ir allí en directo.

Con tantos avisos parece que quieran cegar la perspectiva de los usuarios al percibir en la obra una gran chapuza (nada que ver con la A-6 en Pedrafita y Becerreá). Pronto tendrá otro radar de tramo, es decir, un peaje cierto para sufridores.

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