Opinión

El borrador de twitter

Cuando Martínez se afilió al partido político no podía imaginar el destino que le aguardaba en la propia organización, a la que llegó sin ambición de medrar ni alcanzar puestos de responsabilidad. Ideológicamente tenía clara su opción después de cursar brillantemente la carrera de Ciencias Políticas. Martínez pretendía arrimar el hombro de modo voluntarioso y libre de compromisos laborales. Sin embargo, dado sus conocimientos del lenguaje, de la informática e, incluso, de una incipiente capacidad organizadora, fue fichado como empleado con un sueldo decente. 

A su pesar, Martínez fue subiendo escalafones, se convirtió en una cara conocida en las trastiendas del poder, sin buscarlo se ganó el aprecio de los líderes e, incluso, sus opiniones fueron escuchadas. Pronto se corrió la voz de ser el tipo mejor conocedor de los programas electorales de la casa. Tanto que el secretario de organización lo llamó a su despacho y le hizo una serie de preguntas con trampa de las que salió airoso, hasta el extremo de crearle dudas metafísicas al alto cargo. Quién lo miró frunciendo el ceño y los labios para decirle:

—Perfecto, Martínez, a partir del próximo lunes ocuparás el cargo de borrador de twitter. Como está recién creado, de tu habilidad dependerá el éxito de la empresa.

A su disposición pusieron una legión de informáticos. En principio él debía controlar los twitter del líder, quién se había aficionado a las frases cortas contundentes y erraba en demasía. Martínez analizaba el texto y al ser inadecuado no solo mandaba borrarlo, sino también rastrear sus consecuencias y eliminarlas de todas las redes posibles. Las desavenencias con el máximo no tardaron en aflorar. Martínez tenía la certeza de que un partido es una organización articulada para ganar democráticamente el poder y desde él poner en marcha el modelo de sociedad contenido en sus objetivos.

Sin embargo, el líder en activo estaba utilizando al partido y los twitter para alcanzar sus metas personales, lo que le conducía a dar bandazos plagados de incoherencia. Pero se lo aceptaban e, incluso, aplaudían. Martínez chocó con semejante forma de entender la política y se sintió mal.
A medida que le eficacia del borrador de twitter se hacía patente, le encargaron la vigilancia de los mensajes de otros barones y baronesas, tratando de establecer una política de comunicación no perjudicial para la imagen del partido.

El trabajo se convirtió en una selva inextricable para Martínez, quien siempre había creído en la estructura piramidal coherente de los partidos políticos. Llegado ahí descubrió cómo la utilización de las medias verdades y las mentiras férreamente elaboradas rompían todos los esquemas del buen sentido del partido. 

Borrando twitter, Martínez dejó de entender aquel mundo ajeno a la realidad. Y es más, cuando ya desfallecía, el secretario de organización, además de felicitarlo, lo llamó para encargarle la misión contraria a la realizada. Desde el siguiente lunes debería crear y emitir twitter improcedentes. Pasadas unas horas, comprobados los impactos en el electorado, debía borrarlo no dejando huellas. Martínez, sin rechistar, tomó su mochila y se escapó a la Cartuja de Porta Coeli. A disfrutar del silencio absoluto.

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