Opinión

Fracaso de la concienciación igualitaria

DE NO SER POR la guerra de Ucrania la visibilidad del 8-M, Día Internacional de la Mujer, ya estaría alimentando titulares y el largo y ambiguo lema, escogido por Naciones Unidas para este 2022, colgaría hasta en los escaparates de moda efímera: ‘Igualdad de género hoy por un mañana sostenible’. Suena al detergente que no contamina y blanquea mejor. Sí, desde 1910, marzo se ha convertido en el mes de la concienciación igualitaria por excelencia. Primero mirando a la mujer trabajadora como sello de identidad y desde 1975 trabajando por romper techos de cristal para alcanzar la igualdad de género. Un largo camino en el que han quedado atrás criterios, se han renovado otros y, sobre todo, se ha buscado concienciar a toda la sociedad de que hombres y mujeres debemos tener los mismos derechos, ya que en las obligaciones, sin excepción, ellas nos superan.

Y, aunque la violencia de género también tiene su día, esta lucha por alcanzar la igualdad no deja de ir pareja a las batallas contra esa lacra. La cita cada año es en noviembre. Otro tiempo en el que los lemas y ocurrencias vuelven a sembrar de palabras todos los rincones de la convivencia. Declaraciones, titulares, balances, propósitos, recuerdos de mujeres célebres victimizadas… en definitiva, concienciación para que la sociedad en general entienda de una vez que mujeres y hombres son iguales y ningún miembro tiene derecho a poseer a su pareja. Y mucho menos a matarla. Eso es desigualdad.

Estoy convencido de que si alguna vez conseguimos esa paridad igualitaria las víctimas del machismo —con o sin violencia constatada— habrán dejado de existir. Pero es evidente que después de más de un siglo de tránsito por estos enfangados caminos de la historia hemos avanzado muy poco. Todos los concienciados ya lo estábamos antes de ver el primer cartel, de acudir a la primera conferencia, de ser espectadores del mejor documental, de participar en la primera manifestación… donde siempre han estado ausentes quienes voluntariamente visten el impermeable machista o el insolidario. Nosotros fuimos educados al contrario.

Salimos a una media de mujer asesinada por semana. Y cada una de esas muertes es un fracaso de la concienciación. Cada minuto de si lencio es un fracaso de la concienciación. Cada estadística en rojo es un fracaso de la concienciación. Cada mujer contratada por debajo del salario de su compañero es un fracaso de la concienciación. Cada proxeneta fuera de la cárcel es un fracaso de la concienciación. Cada cartel que nadie mira es un fracaso de la concienciación. Cada lema que suena a literatura o ensayo para militantes es un fracaso de la concienciación… ¿Duele, verdad? Pues la lista es mucho más amplia. Complétela.

Estoy cansado de visitar centros escolares para hablar de mis libros y encontrarme con el machismo adolescente sentado en los pupitres. De comprobar que no existen planes solventes para educar en igualdad por obligación, para combatir la violencia machista con sapiencia y preparación, más allá del voluntarismo del profesorado. Suelo pregonar en las aulas que concienciación + educación = igualdad.

Pero las instituciones responsables, desde los ayuntamientos al Gobierno central —sean del color que sean— se liberan del compromiso gastando miles de euros con su cantinela de la concienciación mientras el factor educacional, la única redención posible, siempre queda para otros proyectos que solo llegarán cuando generen votos. Si acaso.

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