Opinión

Hemos perdido

Como es habitual en el teatrillo de la política actual de figuración mediática, sobre el balance de las elecciones catalanas ha planeado el espíritu filosófico del gran Pío Cabanillas: "Hemos ganado pero no sabemos quién". El primero de los triunfadores ha roto el techo pero se quedará flotando en el éter. Al último de la fila, para ocultar la estrepitosa derrota, no se le ha ocurrido mejor paradoja que poner en venta la casa de los espíritus, heredada de sus mayores. Otra vez el niño mimado cree que cambiando de barrio cambiará de condición. El resto de actores secundarios andan remendando el decorado de la función por ver si los empates, en medio del silencio de la abstención y el juego de los porcentajes interesados, resultan vencedores aunque sea pírricos.

¿Vale la pena gastar más neuronas sobre el desconcierto y caída de Cataluña? El problema está emponzoñado y estancado. Como el burro de la noria, gira y gira entre patéticos dirigentes presos y políticos fugados, que sueñan con las medallas de la historia, esas que nunca recibirán ni a título póstumo. Republicanos sumados a independentistas han perdido más de setecientos mil votos, sin embargo en la solapa lucen tantos por ciento para mantener viva la ilusión. Los antinacionalistas, quienes grotescamente se autodenominan constitucionalistas al estilo del siglo XIX, se han caído por el barranco de irás y no volverás. Mientras, la extrema derecha con un pellizco de solo once escaños, siente más cercano el sol para una camisa nueva que alguien bordó ayer.

Nada inédito en esa lectura circunscrita a la Cataluña tópica. No nos engañemos. Sin embargo, puede que al caer el telón, el autor del drama se haya dejado un hilo suelto. El que conduce hacia el final de los dos partidos emergentes, quienes irrumpieron desde el descontento para derrocar al régimen de 1978, pero la vieja política ha concluido por absorberlos en un tiempo récord.

En el centro derecha, Ciudadanos se ha perdido en su propio laberinto de pactos y contradicciones. Con una lenta subida, desde su fundación catalana en 2005, alcanzó el cénit en abril de 2019. Y empezó a precipitarse en las generales de noviembre del mismo año. Ahora en Cataluña han vuelto al reducto de escaños del que salieron. ¿Se ha cerrado su círculo vital? Pienso que sí. Por la izquierda en 2014 nació Podemos para convertir la indignación en cambio y asaltar el cielo del poder. Tras subir como un suflé han concluido por caer en todos los errores de la vieja política, incluso sentados en los sillones del Gobierno. En este paso electoral de Cataluña, UP ha mantenido el número de representantes pero ha perdido 131.700 votos, más del 40% respecto a las elecciones de 2017.

¿Qué nos dice esta lectura? A mi modo de ver, por la izquierda la socialdemocracia está recuperando la confianza ciudadana mientras UP camina hacia la antigua garita testimonial del Partido Comunista. Por la derecha, al PP-Casado, quien no ha logrado ganar ni una sola elección (el PPdeG no es de su reino), se le han caído los palos del sombrajo y va camino de la almoneda. El partido de Génova 13 es un boxeador noqueado, dando puñetazos a cuantos espejismos imagina para derrocar al PSOE. Y sobrevive anclado en su rincón del cuadrilátero, mientras la extrema derecha le chupa la sangre. Quizás en esta cita de la Cataluña irresoluta haya empezado a emerger de nuevo el antiguo bipartidismo imperfecto, pero esta vez con un lado conservador francamente peligroso para la convivencia y el progreso. No perdamos de vista que el azul de la derecha, mezclado con el amarillo populista, da verde. Pero a Vox no lo quieren en los verdes. Hemos perdido y sabemos quién.

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