Opinión

De pesos y apariencias

ES POSIBLE que cada día me levante deseando que el mundo de ayer haya sido peor al que me espera hoy. Me equivoco. Despejo cada hora del tiempo concedido, como usted y como cualquiera, mientras las noticias nos disparan las flechas envenenadas de cuanto acontece en las esferas de otras vidas presas de las guerras, las disputas políticas, los despropósitos de la economía, el suplicio de la contaminación, del cambio climático irreparable… y acabo con la inconciencia de pensar que todo ello pertenece a otros círculos imposibles de alcanzarme. Me equivoco porque todo se repite o aumenta disfrazado de diferencias.

Ayer, detenido ante un lineal del supermercado he resucitado la cara de Encarna, una asistenta de mi madre. Tendría yo unos diez u once años y ella llegó de la panadería con un par de hogazas. No pasaría de los diecisiete pero era tan audaz como una ardilla, a decir de mi abuela, y no se le escapaba nada de cuanto acontecía a su alrededor.

—Mire, Luisa —le dijo a mi madre—. El precio del pan no sube pero le quitan peso a la pieza. ¿Será ilegal?

—Lo manda Franco, hija — respondió con resignación.

No sé si el dictador estaba ya en mi imaginario, pero desde aquel día empecé a pensar que el generalísimo nos robaba el pan nuestro de cada día de un modo inmisericorde. Ayer, ante la línea del super, sacié mi curiosidad comprobando el peso de una serie de productos de consumo cotidiano. Había escuchado en la radio la resurrección del truco franquista por parte de un puñado de fabricantes. Han decidido mantener los mismos envases tradicionales pero reduciendo el contenido de los productos, sin más aviso que especificar los gramos, nada ilegal pero curioso. El bote de cacao en polvo que antes contenía un kg. ahora pesa 850 grs. El yogur, en el pack de 8 unidades, 40 gr menos. Dónde antes había 10 lonchas de jamón cocido, ahora solo encuentras 8… Encarna habría estallado encolerizadas. Mi madre, quizás, se habría encogido de hombros pensando en todos los discípulos de la simulación económica y comercial. O lo habría achacado a la invasión de Ucrania.

Una vez más, tuve la certeza de vivir envuelto en la falsedad permanente. El tratamiento de la economía puede ser la más terrible de las falacias. De lo contrario debieran de explicarnos cuál es el juego matemático por el cual las gasolineras no pueden descontar veinte céntimos del precio del combustible, sin poner en riesgo sus negocios, ante un retraso en el abono del Estado. Supongamos que el litro cuesta 1,80 €, si sólo cobran 1,60 €, ¿con cuánto margen trabajan? Nadie puede apearme la idea de estar ante una egoísta presión patronal o política, como la del pan de mi infancia, la de los camioneros de antes de ayer o los caseteros de la Feria de Abril en Sevilla. Capaces de anunciar un cierre por no poder explotar a los camareros con jornadas de casi 24 h. achacándolo falsamente a la reciente contrarreforma laboral…

Hay más ejemplos, más allá de las novedosas fake news, términos con los que también se disfraza la falsa vida a que estamos condenados. En este tiempo convulso, cada mañana temo que estemos siendo sometidos a una nueva, perversa y absoluta dictadura de las falsas apariencias dirigidas por unos pocos.

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