Opinión

Empresario modelo y hombre de gran corazón

Barbeito, en la nave de su empresa en O Campiño. JOSÉ LUIZ OUBIÑA
photo_camera Barbeito, en la nave de su empresa en O Campiño. JOSÉ LUIZ OUBIÑA

Este domingo se nos ha muerto a todos los pontevedreses Francisco Javier Barbeito, trabajador infatigable, empresario modelo, amigo entrañable y, sobre todo, un hombre de gran corazón.

Yo le conocía de hacía años, pero cuando pude valorar su extraordinaria hombría de bien fue en 1975. Había terminado de acristalar mi chalé de Lapamán cuando me detuvieron por pertenecer a la Unión Militar Democrática. Cuando mi mujer, acompañada del arquitecto César Portela, fue a pagarle, se negó a cobrar en redondo. Ya me pagará cuando salga de la cárcel y encuentre un trabajo, mientras tanto que nadie venga por aquí.

Al salir de prisión fui a darle las gracias y tomamos juntos una botella de un extraordinario Ribeiro, porque Barbeito bebía y comía con moderación, pero sólo productos de gran calidad. Cada vez que sacrificaba un ternero de monte me enviaba unas chuletas
a casa.

Años después, como presidente de la Comisión de Urbanismo del concello pontevedrés, me llegó una denuncia por la ampliación que había hecho en su taller de Santa Margarita y tuve que paralizarle la obra e imponerle una alta sanción urbanística (cientos de miles de pesetas) que intenté ayudarle a pagar pero me fue imposible.

Pese a la sanción, que él sabía que merecía por no esperar a la licencia municipal, nuestra amistad continuó intacta, y cuando acristalé la vidrieras interiores de Lapamán en vez del cristal normal, que era el que podía permitirme, me colocó unos extraordinarios cristales biselados que le dan un aire lujoso a nuestro patio. Emprendedor infatigable, tuvo la mala fortuna de inaugurar su nueva y modernísima fábrica del Campillo en plena crisis económica, lo que le hizo tambalearse, pero fue saliendo adelante. Y tuvo la desgracia de enterrar recientemente a su hija Ana, que era una extraordinaria profesional, al igual que su hijo Paco, alumno mío en los años de la Inmaculada, que sigue la senda abierta por su padre.

Acabo de llegar de darle el pésame a la familia. En la memoria van asomando aquellas tardes en que yo le visitaba para regalarle cada libro que iba publicando y el sacaba una de sus mejores botellas y unas lonchas de jamón recién cortadas, que a veces tomábamos a la sombra del roble centenario, y uno siente que Pontevedra ya no será la misma. 

Descansa en paz, viejo amigo.