Opinión

Balneario Acuña

HACE UNOS días en este periódico publicó Luis María Salgado un magnífico trabajo sobre las realizaciones del maestro de obras Jenaro de la Fuente en Caldas, Vilagarcía y entorno. Relevancia especial tuvo el Balneario Acuña. Sin intentar restar protagonismo al espléndido relato y aunque únicamente sea en aras de sacar del lamentable ostracismo a que está sometido el gestor de la creación del Balneario Acuña –mi convecino parroquial, ministro de Gracia y Justicia y tantos otros cargos-, permítanseme cuatro pinceladas sobre la citada construcción, pues, al tratar el trabajo sobre Jenaro de la Fuente, por lógica la visión de Salgado Sáenz se centró en el siglo XX. Sin embargo el proyecto arrancó a finales del siglo XVIII. Como no podía ser de otro modo en el pensamiento de don Pedro Acuña, su idea era realizar una obra a lo grande.

Para ello recurrió al mejor arquitecto de Galicia del momento, pues en su origen el Balneario Acuña tuvo un arquitecto académico. Ese responsable primigenio, amigo de don Pedro Acuña y protegido de su tío, el arzobispo Malvar, fue Melchor Prado Mariño. De no haber acaecido el prematuro fallecimiento del natural de Salcedo, hoy en día, a la hora de hablar del Balneario Acuña, entra dentro de lo posible nos refiriésemos a una muy importante obra de la arquitectura gallega.

Mientras sus hermanos Andrés y Manuel fueron más sanotes –don Andrés fue el deán del Cabildo de Santiago de más larga permanencia en el cargo–, a don Pedro lo que le sobraba de cabeza y ambición le faltaba de salud. Fruto de esa anomalía, durante una de sus estancias termales en Caldas compró en 1780 a don Manuel González de Cea los terrenos donde se asientan los manantiales del actual Balneario Acuña. Al pesar sobre los mismos un foro del Cabildo de la Catedral de Santiago de Compostela, don Pedro Acuña llegó a un acuerdo con los canónigos mediante el cual se redimía el foro. A cambio, don Pedro Acuña costeaba de su peculio particular la construcción del balneario. Los beneficios generados por el mismo se destinaban al mantenimiento de una escuela pública para niños pobres de Caldas, situada en la parroquia de Santa María.

Cuando Melchor Prado Mariño abandona la obra del Balneario Acuña por falta de financiamiento a causa de la muerte de don Pedro, las obras realizadas se circunscribían a las estructuras básicas del piso bajo y algunas realizaciones en el primero. A partir de entonces todo fue de mal en peor. En su lecho de muerte, don Pedro Acuña nombra fideicomisario a su hermano Andrés. El deán constituyó una fundación para explotar el balneario y dejó que el Ayuntamiento de Caldas y el párroco de la villa mangoneasen a su antojo arrendando el establecimiento a quien mejor les pareció. Los arrendatarios no realizaron ninguna obra de importancia en el establecimiento y se dedicaron a obtener los mayores beneficios posibles. En ese contexto, fácil resulta intuir su estado a finales de la centuria decimonónica. Es en ese estado de postración donde entra en juego Jenaro de la Fuente y lo convierte en la realidad actual.

Comentarios