Opinión

Betanzos y Pontevedra

Múltiples son las similitudes mostradas en su actuación por los indianos gallegos. Estas coincidencias aparecen de forma nítida entre los hermanos García Naveira (Betanzos) y Casimiro Gómez (Pontevedra). En ambos casos una de sus actuaciones filantrópicas tuvo como objetivo mejorar las duras condiciones de trabajo de una de las capas más débiles y humildes de la sociedad. Las destinatarias fueron las mujeres que ganaban su vida, o contribuían al peculio familiar, lavando ropa. Para tal fin erigieron dos construcciones de referencia en su época: el lavadero del Campo de las Cascas en la margen izquierda del río Mendo y el de La Seca. Divergente fue la evolución de las construcciones, sobre todo desde la segunda mitad del siglo pasado.

El lavadero de Betanzos es un edificio de dos plantas y 348 m2. de superficie. En la planta baja se disponían dos filas de lavaderos donde podían trabajar hasta 22 mujeres al mismo tiempo. También poseía una cocina y secadores cubiertos. En la planta alta albergaba más secaderos cubiertos. Según las clausulas fundacionales redactadas por los hermanos García Naveira, el lavadero era público y gratuito. Tenían preferencia en su uso las lavanderas que ganaban la vida con ese trabajo y las instalaciones nunca podrían ser objeto de comercialización.

Conocemos como era en su origen el lavadero de La Seca por la descripción de “El Diario de Pontevedra” del 1 de julio de 1912. El día después de su inauguración. “El nuevo lavadero es muy sencillo pero sólido edificio de cantería y cemento formado por dos cuerpos, uno destinado a las operaciones de lavado y otro a secadero, no faltando además, detalles tan importantes como el de una espaciosa cocina para preparar legías, calentar alimentos y otros servicios muy necesarios al fin a que está destinado el edificio. Para entrada y salida en el lavadero se adoptó el cómodo procedimiento de sifones, renovándose constantemente dicho líquido y ofreciendo por tanto completas garantías de higiene y aseo”. Condición “sine qua non” impuesta por el indiano de Viascón al Ayuntamiento fue la utilización gratuita por parte de las lavanderas.

El lavadero de Betanzos sigue en pie y es uno de los reclamos turísticos de la Ciudad de los Caballeros. Hace unos días, un destacado medio de comunicación gallego lo denominaba “la catedral de las lavanderas”. Los últimos vestigios del de Pontevedra hace décadas han desaparecido. A no ser que quien escribe esté en un deseado error, curiosa resulta la aparente modificación en la propiedad del suelo donde se asentaba al pasar de pública a privada. Hoy en día aparece vallada. Aprovechando el regreso actual de la orgía constructiva del cemento y el ladrillo -el ser humano es el único que tropieza, no dos veces, sino en infinitas ocasiones en la misma piedra-, ¿veremos florecer alguna “hermosa” mole edificatoria en ese espacio? Mientras, si los hermanos García Naveira son recordados día a día en Betanzos, Casimiro Gómez ha sido enviado al ostracismo tanto en Pontevedra como en su Monte Porreiro -en Villa Buenos Aires-. Vergonzosa y dramática es la situación de los restos del Balneario del Lérez.

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