Opinión

Devastación

DEMOLEDORES fueron para el medio ambiente el lunes y el martes de la semana pasada. Los encargados de encender las luces rojas y disparar las señales de alarma no fueron organizaciones ultra radicales. El protagonismo correspondió a la ONU y la OCDE. Si el día 6 se presentó en sociedad “Evaluación Global sobre Biodiversidad y Ecosistemas”, veinticuatro horas después vio la luz “Biodiversity: Finance and the Economic and Business Case for Action”. El diagnóstico de ambos estudios abunda por enésima vez en algo bien conocido: mala, muy mala salud presenta nuestro planeta.

Extenso es el informe de la ONU -unas 1.800 páginas con más de 15.000 estudios-. Tres años han empleado casi 500 especialistas en su redacción, aunque son varias las décadas de trabajo reflejadas en el mismo. Dramáticos resultan los datos. En síntesis, la Tierra sufre en estos momentos un episodio de extinción masiva. Su velocidad es centenares de veces superior a la natural -a cualquiera de las anteriores-. La responsabilidad radica en la actuación de los humanos. De los ocho millones de especies existentes en el planeta, un millón corre riesgo de extinción. El estudio identifica las causas de las negativas transformaciones acaecidas de forma acelerada en las últimas cinco décadas: los cambios en el uso de la tierra y del mar, la insostenible explotación de recursos naturales y el cambio climático. La contaminación también tiene un análisis preferencial y brillan con luz propia los plásticos.

Para la OCDE, el desastre medioambiental se traduce en amenaza económica global. Ante la evidencia de una “sexta extinción” en marcha, demanda a los gobiernos de los distintos países -también al sector privado, sociedad civil y ciudadanos- una inmediata intervención para frenar la pérdida de biodiversidad. Su informe cifra entre 111 y 125 billones de euros el importe de los servicios prestados por la biodiversidad, aproximadamente 1,5 veces el PIB de todo el mundo. Para la OCDE, “la protección de la biodiversidad es fundamental para garantizar la seguridad alimentaria, la reducción de la pobreza y un desarrollo más inclusivo y equitativo”. La organización denuncia las multimillonarias ayudas públicas recibidas por sectores con actividades dañinas para el medio ambiente -unos 500.000 millones al año-, frente a los 50.000 dedicados a fines conservacionistas.

La reflexión de los datos contenidos por ambos análisis no debería realizarse solo a nivel global. Es en el local, en la inmediatez cotidiana donde se cimientan. Políticos locales populistas autoproclamados pomposamente ecologistas deberían recapacitar sobre su contribución a la devastación del planeta. También sus ecologistas “de cámara” defensores de la existencia de ecocidios buenos y malos en función del posicionamiento político del autor. Así me lo comentaban los cuatro caducifolios -dos de ellos centenarios- abatidos hace unos días en nuestro entorno próximo por un hipotético puñado de votos. Ellos recordaban a sus verdugos atados a otros árboles para evitar su tala por políticos de signo contrario.

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